lunes, febrero 11, 2008

Antes de partir

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"The simplest thing is... I loved him. And I miss him. Carter and I saw the world together. Which is amazing... When you think that only three months ago, we were complete strangers! I hope that it doesn't sound selfish of me but... the last months of his life were the best months of mine. He saved my life... And he knew it before I did." -Edward Cole (The Bucket List)

El viernes de la semana antepasada fue un día muy ocupado. En la madrugada, me desperté oportunamente y me fui a dar mis clases. Afortunadamente, los grupos de los viernes son los más callados y los más trabajadores. Por la mañana en el trabajo, tuve que generar los reportes correspondientes al mes pasado. Después, estuve peleándome con unas bases de datos y con varias herramientas (principalmente porque no sé usarlas). Una vez acabada la batalla contra lo que, en teoría, está ahí para hacerme la vida más sencilla (pero que normalmente termina complicándola un poco más), tuve que trasladarme a Hacienda, pues estamos realizando un pequeño proyecto en esa dependencia gubernamental. Luego, regresé a la oficina y me la pasé de junta en junta. Salí extenuado por la carga de trabajo y, por si fuera poco, tuve que atravesar toda la ciudad para llegar a la casa de mi novia. Llegué de malas, con la única intención de relajarme un poco y normalmente la combinación de mi novia y una buena película en el cine logran efectuar la magia necesaria para ahuyentar el estrés acumulado de la semana. No tenía ganas (ni energía) para una película demasiado compleja. Quería divertirme, pasar un buen rato, siempre y cuando no implicara demasiada actividad cerebral. Llegamos al cine y, tras revisar la cartelera minuciosamente una y otra vez, encontramos una película que parecía prometedora: Jack Nicholson y Morgan Freeman compartiendo créditos en una misma película; una historia ligera, pero profunda; un cartel que muestra a dos viejecitos pasándosela muy bien; un título que resume la trama principal sin ningún rodeo, Antes de partir.

Compramos los boletos, fuimos a cenar al Sanborns más cercano para matar el rato, leímos juntos parte del final de una novela que le recomendé (El psicoanalista) y nos dispusimos alegremente a ver la película.

Creo que a nadie le arruinaría la película si dijera que trata acerca de dos personas que ven venir el final de sus días de manera inminente y deciden aprovechar sus últimos momentos al máximo. Debo aceptar que me fue muy divertido ver a estos dos señores haciendo tonterías únicamente dignas de adolescentes, rebeldes sin causa. Aunque ciertamente se nota a leguas la pantalla azul detrás de estos dos reconocidos actores en muchas escenas, creo que el punto de la película logra pasar a los espectadores de una u otra forma. Es irresistible ponerse en el lugar de alguno de esos dos y pensar en lo que uno haría si tuviera los días contados. El personaje de Morgan Freeman me parece que carece un poco de coherencia. siento que su historia es contradictoria en ciertos puntos, sobre todo cuando hay acercamientos con su familia. Definitivamente, el que se roba la película es el personaje de Jack Nicholson. La ironía de su situación con respecto a sus ideales es maravillosa. La valentía, la osadía, y el atrevimiento son características inherentes que, inevitablemente, hacen que el público le exprese cierto afecto. Es una historia bastante particular, porque uno sigue la trama sin esperar, por ningún motivo, el final. Uno tiene certeza de ese final y lo interesante es ver cómo se desarrolla la película para llegar a ese objetivo. Sin embargo, ni yo, ni muchas otras personas que hemos visto esa película, hemos podido evitar el desenlace lacrimógeno que vimos venir desde el principio. Al final, uno queda con un muy buen sabor de boca, convencido de que la vida está hecha para disfrutarse y con la consigna fija de que no tenemos que esperar a estar cerca de la muerte para intentar aprovecharla.

Mi calificación de la película: 92

miércoles, febrero 06, 2008

El amor en los tiempos del cólera

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"La memoria del corazón elimina los malos recuerdos y magnifica los buenos, y gracias a ese artificio logramos sobrellevar el pasado." - Gabriel García Márquez

 

 

 

La última vez que tomé un libro de Gabriel García Márquez fue a mediados del año 2002. Mi novia había  insistido en esa ocasión que leyera Cien años de soledad, pues es ferviente admiradora de García Márquez y de esa novela en particular desde hace mucho tiempo.

La verdad es que, cuando surgió el tema, me vi muy renuente a aceptar. Mis únicos acercamientos con García Márquez habían sido Crónica de una muerte anunciada y un fallido intento por leer Cien años de soledad. Mi mamá, siendo también fiel al trabajo del escritor colombiano, alguna vez había puesto ese libro en la mesa de noche que se encuentra justo al lado de mi cama, como sugiriendo vagamente que lo leyera. Supongo que pensó que, si el hecho de ser mi madre le daba el derecho de acomodar mi cama cada vez que le parecía desatendida, también le daba el privilegio de sugerir lecturas, procurando uno de los lugares más preciados de la vivienda moderna: la cama. Así que se aprovechó de la inherente necesidad de acostarme todas las noches en esa cama. Ingenuamente, caí en su pequeña treta y traté de leer Cien años de soledad.

No tuve ningún problema al principio. La manera anecdótica de relatar la historia de García Márquez me pareció entretenida y mi mente estaba suficientemente adaptada a la ficción y a la fantasía como para asimilar exitosamente el realismo mágico del autor. El problema surgió cuando empezaron a aparecer Aurelianos Buendía hasta por debajo de la sopa. Siempre he sido muy obsesivo con el tener control de cuanto se encuentre a mi alrededor, por lo que el hecho de perder la referencia del árbol genealógico me desesperó al punto en que hice algo que suelo no perdonarme: dejar el libro a medias.

Pasó el tiempo y supongo que mi inconsciente freudiano hizo que olvidara ese pequeño incidente... hasta el momento en que mi novia, al igual que mi madre, decidió recomendármelo de nuevo, justo en el momento preciso en el que uno es incapaz de negarle algo a una novia. Esta vez, ella misma se ofreció a leerlo de nuevo, para que pudiéramos avanzar a la par y que pudiéramos irlo comentando. Debo aceptar que avancé mucho más que la vez anterior, pues el hecho de comentarlo, o, incluso leer juntos ciertos fragmentos, me ayudó a llevar un poco mejor la línea de la historia. Sin embargo, no tardé en cerrarlo de manera definitiva sin haber alcanzado el final. Llegó el momento de nuevo en que mi desesperación por llevar una idea clara de la genealogía de la historia sobrepasó mi tolerancia. Tengo entendido que esa incertidumbre constante con respecto a los personajes es una de los aspectos principales de esa novela que la hace excesivamente atractiva entre varios lectores, entre ellos, mi novia y, probablemente, mi madre.

Honestamente, cada vez que alguien hablaba de Gabriel García Márquez o, lo que es peor, lo alababa, pensaba hacia mi interior en aquellas anécdotas infructuosas de mi pasado y no entendía el valor literario de alguien que había sido lo suficientemente frustrante como para que yo dejara una de sus novelas a medias.

Recientemente, a alguien se le ocurrió hacer una versión cinematográfica de la novela El amor en los tiempos del cólera. Con frecuencia, me gusta leer los libros antes de ver las películas. Esto fue un gran incentivo para tratar de tomar ese libro de nuevo, así que recurrí a mi fuente más confiable con respecto al escritor colombiano: mi novia. Dado que su madre es aficionada también (ha de venir en la sangre) y que tiene la colección completa de los libros de García Márquez, decidí preguntarle que si me lo prestaba para echarle un vistazo. Lo tomé decididamente, quizás con el temor de tener que dejarlo a la mitad, como había sucedido con Cien años de soledad.

Como debí haberlo imaginado, la novela es densamente anecdótica. No termina de contar una historia cuando decide ligar esa línea con algo relacionado, pero sin nunca perder el propósito de la novela. Es como estar leyendo código de un lenguaje funcional (como se muestra en la ilustración) , en el que los paréntesis terminan por perderte, pero en conjunto suelen ser muy poderosos. Lo mismo sucedía aquí. Era como mis clases de literatura de la prepa, donde el profesor hilaba una idea con otra y, al final, le costaba trabajo recordar la línea de pensamientos que lo habían conducido fatídicamente a algo que muy probablemente no tenía nada que ver con literatura (suponiendo que algo en la vida NO tenga nada que ver con la literatura...).

Ejemplo de código de lenguaje funcional

Para mi sorpresa, la historia captura al lector desde la primera parte. En general, me gustan los libros con capítulos periódicos y bien definidos. Me dan tiempo para dejar el libro sin sentirme culpable de no haber terminado el capítulo. Esta novela tiene los capítulos más grandes y no hay manera alguna de parar el libro a la mitad de un capítulo sin sentir que algo interesante venía después. El narrador se encarga de hacer que la novela sea lo suficientemente interesante como para impedir que esto sea un problema. Las descripciones son maravillosas. Pareciera que cada esquina de la casa de la familia Daza tiene una historia detrás que el autor está dispuesto a contar. Finalmente, los personajes son bien definidos, claramente cambiantes y hay una justificación lógica a cada una de sus acciones, por más extravagantes que parezcan. Por tanto, el autor logra meternos a las mentes de los personajes y de vivir los escenarios extraordinarios en los que ha decidido ubicar esta obra de arte. Finalmente, se cuenta una historia de amor: la cosa más sencilla que uno pueda imaginar. Uno no puede mas que identificarse con los personajes, sabiendo y recordando la intensidad de algún amor platónico que hayamos sentido en nuestro pasado, la ruptura de un amor, la indiferencia de las personas que nos han amado y a quienes hemos decidido no corresponderles, y la estabilidad física, emocional y racional que sentimos cuando estamos en una relación. Aparte, el mundo en que viven los personajes, me recuerda mis mejores momentos en Costa Rica durante mi infancia. Para resumir, un libro cien por ciento recomendable, entretenido y muy distante de mis experiencias pasadas con el autor.

Pocos días después de acabar el libro, fui a ver la película. En los avances se mostraba, como principal atracción, el hecho de que Shakira había compuesto y cantaba varias de las canciones de la banda sonora de la película. La verdad es que es risible su presencia melódica, opacada por una excelente fotografía de montañas, selva y algún río. La dirección es impecable, aunque no puedo decir lo mismo de las actuaciones. Tal vez me haya molestado más el inglés con el que pretendían expresarse los personajes. No me molesta el inglés en una adaptación de una historia latinoamericana (nadie dijo nada cuando Julio César hablaba inglés en la obra clásica de Shakespeare). Me molesta que, si se decidió que los personajes hablaran inglés, no se respete ese lenguaje y que la pronunciación sea lo suficientemente notoria como para asesinar los momentos más dramáticos de la historia. Sin embargo, siento que la película no es más que una ilustración del libro. Como si los productores, los guionistas y el director se hubieran sentado y hubieran extraído los momentos más memorables de la novela y los hubieran entrelazado cronológicamente para crear la historia. En ese caso, siento que es exitosa en ese propósito. Yo no viví en esa época, pero siento que está bien ambientada: desde los carruajes que transportaban al Doctor Juvenal Urbino, hasta las casas maltrechas de las amantes de Florentino Ariza.

Mi calificación del libro: 95/100

Mi calificación de la película: 87/100

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