domingo, septiembre 24, 2006

Bésame mucho...

Bésame, bésame mucho,
como si fuera esta la noche
la última vez.
Bésame, bésame mucho
que tengo miedo a perderte,
perderte después

-Consuelo Velázquez (Bésame Mucho)

Mi mirada estaba fija en el semáforo, los músculos de mis brazos articulaban un movimiento conocido sobre el volante y mi pierna derecha se preparaba para ejercer una leve presión en el acelerador para avanzar. El semáforo me miraba sin mucho interés, sabiendo que estaba siendo contemplado por una decena de automovilistas ávidos de arrancar. Decidió que era hora de cambiar a verde y, sin decir más, lo hizo para que yo pudiera dar vuelta a la derecha en esa calle que conocía tan bien.

Era una escena que yo, en lo personal, conocía muy bien. ¿Cuántas veces no había yo dado vuelta ahí? Lo que proseguía era subir por esa cuesta y buscar un lugar de estacionamiento. Mi automóvil, como muchos sabrán, se llama Licenciado Virgilio Fontanarrosa. Licenciado, por las placas. Virgilio, pues cuando me lo dieron, leía yo La divina comedia, donde Virgilio es encargado de Guiar a Dante por el Infierno y gran parte del Purgatorio y me pareció una excelente analogía para las calles de México. Fontanarrosa, pues también en esos años estudiaba Historia de México, con una de mis maestras favoritas de todos los tiempos: Lola. Era una señora maravillosa, con un estilo de hablar, de vestirse y de caminar que sorprendería a cualquier hombre. Las personas que tuvieron el ocio de fijarse, decían que, en todo el año, nunca usó la misma ropa. Ya estaba entrada en años, pero su acento español, su sonrisita traviesa cada vez que intentaba decir algo importante, o el énfases que hacía en sus temas favoritos la convirtieron en una leyenda de esta escuela. Era una leyenda no sólo por eso. Sus exámenes retumbaban en la mente de los alumnos por mucho tiempo y eran temidos desde el ingreso al bachillerato. Sus exámenes eran una sola palabra. Podía haber dado una clase entera de esa palabra o simplemente podía haberla mencionado en alguna ocasión. El objetivo era escribr todo lo que se pudiera en torno a esa palabra. Mi primer examen con ella, la palabra que eligió fue Fontanarrosa. Como habíamos estado estudiando Descubrimiento de América, pues se me hizo fácil pensar que estaba refiriéndose a algún puerto marítimo. Entonces, ahí tienen al adolescente de Ruy escribiendo sobre la Ruta de la Seda, la Ruta de las Especias, la vida marítima y el comercio. Cuando acabó el examen, todos muy preocupados por el acontecimiento, revisamos nuestros apuntes para buscar algún indicio de esa palabra. Sólo una persona lo tenía y se encontraba escrito al margen como un dato curioso. Fontanarrosa, decía, segundo apellido de Cristóbal Colón. Llegué muy triste ese día a mi casa, y le conté a mi madre que nos habían preguntado esa palabra, a lo cual ella respondió:

-Pero si es el segundo apellido de Cristóbal Colón... ¿no sabías?

Y eso me hizo sentir aún peor, aunque siempre me ha impresionado de la capacidad de memoria de mi madre. Es realmente prodigiosa. Siempre he pensado que tuvo una muy buena infancia y por eso es capaz de recordar todo lo que vio en la escuela en aquellos tiempos.

Regresando a la historia central, dejé mi automóvil junto al teléfono público, tal cual como lo habría hecho en mis días de estudiante. No era el mejor lugar, pues hay que caminar bstante para llegar a la puerta de la escuela, pero me hace recordar mis tiempos de preparatoriano. Bajé por la calle, crucé cautelosamente por los pasos peatonales y llegué a la puerta de la escuela. Toqué repetidas veces, hasta que un policía me abrió. Era uno de los polis de toda la vida. Ese hombre me vio crecer desde mis tiempos del kinder.

-Buenos días, profesor. Pase adelante

Lo saludé de buena gana y le comenté lo feliz que me hacía verlo por ahí después de tantos años de conocernos. Era él el que me ayudaba a bajar con mis cosas cuando llegaba tarde y quien me abría la puerta cuando me llevaba mi papá.

-A mí también me da mucho gusto verte de vuelta.

Por un momento, pensé que estaba tratando de ser amable, pues, después de tantos años y de tantas personas que ver todos los días, era muy improbable que en verdad me recordara... hasta que siguió diciendo:

-Recuerdo cuando los acompañaba a las excursiones. Cuando fuimos a ver a las mariposas monarca, llevabas una gorra azul y una cámara. Por ahí debes tener fotos mías de ese viaje.

Pues sí... yo usaba una gorra de ese estilo y siempre llevaba la cámara de mi papá. Si hay algo en la vida que signifique mucho pará mí es que la gente me recuerde. Siempre he pensado que después de mi muerte, me gustaría estar en el consciente de las personas que me conocieron por algún tiempo antes de ser totalmente olvidado, así que ese simple comentario me llenó de vida. Prometí buscar esas fotos y darle una copia.

Entré y me dirigí al laboratorio de Computación. Introduje mi memoria en el puerto USB del servidor y subí un archivo con el que íbamos a estar trabajando. Me metí a la computadora de uno de los alumnos para ver que no tuvieran problema para accederlo y sí, efectivamente, no tenían problemas para ver mi archivo. La cuestión era que tampoco tenían problema para ver las computadoras de las secretarias, de la administración, de seguridad y del director... Entré en pánico, lo admito, pues en esas máquinas se guardan los exámenes de los profesores, las calificaciones de los alumnos y demás documentos importantes que no deben ser dejados al alcance de los alumnos. Fue entonces cuando corrí como niña a la oficina del director y le informé de la situación. Al enterarse del peligro de su información, fue él el que corrió como niña a hablar con los encargados del sistema de la escuela. Yo, por mi parte, me fui a dar mi clase, pues sonó la campana y tenía una respnsabilidad que cubrir.

Estaba dando mi clase cuando, cual operativo SWAT, entró el director con los encargados del sistema y el administrador de la escuela. Les pidieron a los alumnos que se bajaran un momento y me pidieron que les explicara lo que había visto. No tardé mucho en mostrarles y explicarles el riesgo. Por lo tanto, el director declaró un estado de hora libre con respecto a mi clase y puso a los técnicos a arreglar ese asunto. Yo, por mi parte, decidí tomarme la hora libre con los alumnos y nos fuimos a La pajarera (una terraza con mesitas y maquinitas de comida) a platicar.

Así perdí mi primera clase con los alumnos. Una semana después, hubo un simulacro justo a la hora de mi clase y entendí la desesperación que profesaban los profesores cada vez que sucedía algo así. A la siguiente semana, tuve una excursión escolar en mi universidad y tampoco pude dar clase. Estoy convencido de que el destino se burla de lo mucho que me esfuerzo para preparar una buena clase...

El sábado pasado, me habló uno de mis mejores amigos para invitarme al teatro. La obra Bésame Mucho finaliza su temporada en la Ciudad de México y mi amigo consideró una oportunidad prudente para ir a verla. Evidentemente, le habló a la persona indicada, pues, a pesar de que ya la había visto hace aproximadamente un mes, yo simplemente no puedo negarme a los musicales, así que accedí. Me encontraba hablando por teléfono con él cuando mi madre llegó corriendo haciéndome señas de que no colgara. Había estado escuchando nuestra conversación y también consideró prudente invitarse a la ocasión. Mis comentarios de la obra la última vez que había ido fueron excelentes y la verdad es que siempre pensé que mis papás podrían disfrutar mucho de esa obra. Mi papá, que nos miraba de soslayo desde el estudio, se incorporó de su silla y vino a presentar su atenta petición de ser incluido en el plan. Pues sólo faltaba mi hermano, a quien tuve el honor de despertar y me informó que también quería ir. Mi amigo invitó a su mamá y decidimos hablarle a otro amigo en común para que nos acompañara. Una vez establecido el grupo, compramos los boletos y esperamos a que llegara el domingo. Mi papá tuvo la amabilidad de ofrecer la camioneta para llevarnos a todos y fue un trayecto corto, pero bastante agradable. Mi mamá entablaba una conversación de política con la mamá de mi amigo, mi hermano escuchaba música y nosotros, en la parte posterior de la camioneta, hablábamos de las tonterías que uno suele decir en compañía de gente de confianza.

Llegamos al teatro temprano. Mi papá se estacionó milimétricamente en uno de los cajones del piso de arriba y nos dispusimos a entrar a las instalaciones de los teatros Telmex. El escenario estaba ambientado en Reforma, una de las avenidas principales de la Ciudad de México. A pesar de los constantes esfuerzos de los mexicanos por estropearla, yo sigo pensando de que es una de las más bellas avenidas de esta ciudad. Se veía a lo lejos la silueta del Ángel de la Independencia, monumento característico de México, junto con palmeras propias de la avenida. (nota cultural: Nuestro Ángel de la Independencia no es propiamente un ángel, sino una Victoria alada, como la Victoria alada de Samotracia). Se desdibujaban varias siluetas de edificios con luces proyectadas sobre ellos dando la impresión de ser ventanas con interiores iluminados. Dos semáforos intermitentes delineaban la parte superior del escenario. El frente, y metidas en el escenario, se encontraban dos secciones de mesas para espectadores capaces de pagar precios exhorbitantes. En varias ocasiones, los actores se acercaban a estas secciones y convivían un poco con los espectadores. El problema de esos lugares era, principalmente, que había escenas que se desarrollaban tanto adelante como atrás de ellos, entonces no tenían una visión completa de lo que sucedía en la obra.

Mi papá estaba francamente emocionado. Yo veía de soslayo su sonrisita y podía ver en sus ojos una emoción por estar escuchando los boleros que seguramente mi abuelo escuchaba a cada rato. Especialmente, lo vi sonreír cuando se simuló en el escenario a la estación de radio XEW, con una orquesta en vivo y espectadores censuradores de la música de aquellos años. Hablando de la orquesta, nunca había visto una obra en la que la orquesta fuera movible. Estaba puesta en una estructura blanca, pero se iba moviendo a los lados, rotaba y se adaptaba a lo que estaba sucediendo en escena. Fue un buen detalle.

Mi mamá estaba también fascinada con la obra. Ella se fijaba más en la escenografía, en el vestuario y en los colores. Y es que en verdad estaba muy bien hecha. Había cambios de escenario en los que podíamos pasar de un puerto en Cuba durante una noche de luna llena a un club nocturno en la Ciudad de México. Es una historia de amor imposible, como cualquier otra, pero la simbología y los motivos recurrentes llenaban de vida a la puesta en escena. La protagonista era, sin duda, la luna ya que, igual que Julieta en la obra de Shakespeare, ésta cambiaba cíclicamente, anímicamente y vivía alrededor de un ser a quien nunca iba a poder alcanzar. Es una historia, principalmente, de generaciones, de herencia y de una cultura mexicana a la que jamás había tenido la oportuinidad de entrar. El protagonista es un director de orquesta, un trovador y, como muchos otros lo somos, un enamorado sin remedio. Vi vimos en una cultura en la que los valores que alguna vez profesron nuestros padres no se han perdido por completo, pero han disminuido considerablemente. Y es parte de lo que trata de mostrar esta obra. Desde el proceso de ligue hasta la manera de hablar con la pareja han cambiado. No digo que esté mal. Simplemente digo que había algo mágico en aquella manera en que se vivía en el pasado. Tal vez una de las mejores sorpresas que me brindó ese musical fue ver a mis papás juntos y sonrientes, recordando el pasado. Tal vez recordaban su noviazgo o amores anteriores, no lo sé. Pero tenían una cara de alegría y felicidad que no se la acababan.

En mi caso, lo que siempre me ha impresionado de los musicales, son las voces, las canciones y las coreografías. No me puedo quejar de las voces. Es gente muy capaz y muy bien entrenada. Las canciones son sacadas de un pasado que tal vez no conozca muy bien, pero tienen un encanto especial, como las sonrisas de mis papás. Finalmente, en cuanto a las coreografías, había de dos tipos: unas de la parte inicial de la obra que eran malas como los comerciales de las campañas políticas. Hubo también una coreografía con computadoras que me molestó de sobremanera. Aún así, el resto de los bailables fue espectacular. Me encanta ver los vestidos largos moviéndose al unísono con la música, los brazos extendidos, como queriendo significar algo importante, mujeres alzadas en poses eróticas, saltos acrobáticos a lo largo del escenario y los bailables festivos, ridículos y atrevidos que debe tener cualquier musical.

No sé la razón, pero siempre me ha gustado ver la reacción del público mientras presencia una obra de teatro. En la primera fila, había una nena de unos cinco años que, evidentemente, estaba aburrida. Hubo un momento en que todo el elenco de la obra pasó frente a ella y decidió tocarlos a todos, así que, en lo que pasaban los actores, ella extendía cuidadosamente la mano, apretaba firmemente sus disfraces y los jalaba ligeramente, como haciendo constatar el hecho de que ella estaba ahí, enfrente, y que, a pesar de no estar actuando, cantando y bailando, merecía cierta atención. Así transcurrió el resto de la noche y siento que fue una buena experiencia. Los comentarios que escuché al finalizar la función fueron todos muy buenos y siento que eso es positivo, pues mi afición por los musicales suele sesgar un poco los juicios que emito al respecto. Si alguien tiene aún la oportunidad de verla, la recomiendo bastante.

Una disculpa a mis lectores habituales, pues sé que en esta ocasión, me extendí un poco más de lo acostumbrado, pero eran cosas que debía decir. Si han llegado a estas líneas, se los agradezco bastante.

2 comentarios:

viejana dijo...

¡Yo lo leí entero!.

Tengo que reconocer hidalgamente que Fontanarrosa para mi hubiese significado sólamente el gran humorista gráfico argentino.

Bueno, si bien yo no soy de la época en que los boleros estaban de moda, siempre me han gustado. Y aquí puedo mencionar a mi coterraneo el gran Lucho Gatica cantando por ej. Contigo en la Distancia. Y cómo no mencionar a Armando Manzanero el pequeño gigante y hasta me gustan las versiones de boleros que ha hecho Luis Miguel.

PoNCh dijo...

Que coincidencia!!! Yo tam..... ahem..... yo me salté algunas partes. Pero está muy disciplinado su relato, Inge, jajaja. Lo felicito!