jueves, septiembre 28, 2006

Ocurrencias de los alumnos. Parte III

Un correo con la tarea que dejé resuelta el mismo día que la dejé:

Hola,
Ya hice las tareas. Según yo, están bien; pero no sé si las revisé con
todos los casos posibles. Ya sé que vas a pensar que soy un matado,
jaja pero la verdad, las tareas de Computación son las únicas que he
hecho el mismo día que me las dejan en toda mi vida. La verdad me
entretienen jaja.
Bueno, después de toda la explicación de porqué no soy matado, me despido.
Que estés bien

martes, septiembre 26, 2006

Ocurrencias de los alumnos. Parte II

"Nadie hace el ridículo de a gratis" -Alumno intentando obtener unas décimos en su calificción después de una actividad que involucraba malabares a la mitad del salón

"Rodrigo desgraciadamente me dedico a los malabares por las tardes no voy a poder ir" -Ese mismo alumno respondiendo a mi correo electrónico para invitarlos a una actividad extra-académica.

domingo, septiembre 24, 2006

Bésame mucho...

Bésame, bésame mucho,
como si fuera esta la noche
la última vez.
Bésame, bésame mucho
que tengo miedo a perderte,
perderte después

-Consuelo Velázquez (Bésame Mucho)

Mi mirada estaba fija en el semáforo, los músculos de mis brazos articulaban un movimiento conocido sobre el volante y mi pierna derecha se preparaba para ejercer una leve presión en el acelerador para avanzar. El semáforo me miraba sin mucho interés, sabiendo que estaba siendo contemplado por una decena de automovilistas ávidos de arrancar. Decidió que era hora de cambiar a verde y, sin decir más, lo hizo para que yo pudiera dar vuelta a la derecha en esa calle que conocía tan bien.

Era una escena que yo, en lo personal, conocía muy bien. ¿Cuántas veces no había yo dado vuelta ahí? Lo que proseguía era subir por esa cuesta y buscar un lugar de estacionamiento. Mi automóvil, como muchos sabrán, se llama Licenciado Virgilio Fontanarrosa. Licenciado, por las placas. Virgilio, pues cuando me lo dieron, leía yo La divina comedia, donde Virgilio es encargado de Guiar a Dante por el Infierno y gran parte del Purgatorio y me pareció una excelente analogía para las calles de México. Fontanarrosa, pues también en esos años estudiaba Historia de México, con una de mis maestras favoritas de todos los tiempos: Lola. Era una señora maravillosa, con un estilo de hablar, de vestirse y de caminar que sorprendería a cualquier hombre. Las personas que tuvieron el ocio de fijarse, decían que, en todo el año, nunca usó la misma ropa. Ya estaba entrada en años, pero su acento español, su sonrisita traviesa cada vez que intentaba decir algo importante, o el énfases que hacía en sus temas favoritos la convirtieron en una leyenda de esta escuela. Era una leyenda no sólo por eso. Sus exámenes retumbaban en la mente de los alumnos por mucho tiempo y eran temidos desde el ingreso al bachillerato. Sus exámenes eran una sola palabra. Podía haber dado una clase entera de esa palabra o simplemente podía haberla mencionado en alguna ocasión. El objetivo era escribr todo lo que se pudiera en torno a esa palabra. Mi primer examen con ella, la palabra que eligió fue Fontanarrosa. Como habíamos estado estudiando Descubrimiento de América, pues se me hizo fácil pensar que estaba refiriéndose a algún puerto marítimo. Entonces, ahí tienen al adolescente de Ruy escribiendo sobre la Ruta de la Seda, la Ruta de las Especias, la vida marítima y el comercio. Cuando acabó el examen, todos muy preocupados por el acontecimiento, revisamos nuestros apuntes para buscar algún indicio de esa palabra. Sólo una persona lo tenía y se encontraba escrito al margen como un dato curioso. Fontanarrosa, decía, segundo apellido de Cristóbal Colón. Llegué muy triste ese día a mi casa, y le conté a mi madre que nos habían preguntado esa palabra, a lo cual ella respondió:

-Pero si es el segundo apellido de Cristóbal Colón... ¿no sabías?

Y eso me hizo sentir aún peor, aunque siempre me ha impresionado de la capacidad de memoria de mi madre. Es realmente prodigiosa. Siempre he pensado que tuvo una muy buena infancia y por eso es capaz de recordar todo lo que vio en la escuela en aquellos tiempos.

Regresando a la historia central, dejé mi automóvil junto al teléfono público, tal cual como lo habría hecho en mis días de estudiante. No era el mejor lugar, pues hay que caminar bstante para llegar a la puerta de la escuela, pero me hace recordar mis tiempos de preparatoriano. Bajé por la calle, crucé cautelosamente por los pasos peatonales y llegué a la puerta de la escuela. Toqué repetidas veces, hasta que un policía me abrió. Era uno de los polis de toda la vida. Ese hombre me vio crecer desde mis tiempos del kinder.

-Buenos días, profesor. Pase adelante

Lo saludé de buena gana y le comenté lo feliz que me hacía verlo por ahí después de tantos años de conocernos. Era él el que me ayudaba a bajar con mis cosas cuando llegaba tarde y quien me abría la puerta cuando me llevaba mi papá.

-A mí también me da mucho gusto verte de vuelta.

Por un momento, pensé que estaba tratando de ser amable, pues, después de tantos años y de tantas personas que ver todos los días, era muy improbable que en verdad me recordara... hasta que siguió diciendo:

-Recuerdo cuando los acompañaba a las excursiones. Cuando fuimos a ver a las mariposas monarca, llevabas una gorra azul y una cámara. Por ahí debes tener fotos mías de ese viaje.

Pues sí... yo usaba una gorra de ese estilo y siempre llevaba la cámara de mi papá. Si hay algo en la vida que signifique mucho pará mí es que la gente me recuerde. Siempre he pensado que después de mi muerte, me gustaría estar en el consciente de las personas que me conocieron por algún tiempo antes de ser totalmente olvidado, así que ese simple comentario me llenó de vida. Prometí buscar esas fotos y darle una copia.

Entré y me dirigí al laboratorio de Computación. Introduje mi memoria en el puerto USB del servidor y subí un archivo con el que íbamos a estar trabajando. Me metí a la computadora de uno de los alumnos para ver que no tuvieran problema para accederlo y sí, efectivamente, no tenían problemas para ver mi archivo. La cuestión era que tampoco tenían problema para ver las computadoras de las secretarias, de la administración, de seguridad y del director... Entré en pánico, lo admito, pues en esas máquinas se guardan los exámenes de los profesores, las calificaciones de los alumnos y demás documentos importantes que no deben ser dejados al alcance de los alumnos. Fue entonces cuando corrí como niña a la oficina del director y le informé de la situación. Al enterarse del peligro de su información, fue él el que corrió como niña a hablar con los encargados del sistema de la escuela. Yo, por mi parte, me fui a dar mi clase, pues sonó la campana y tenía una respnsabilidad que cubrir.

Estaba dando mi clase cuando, cual operativo SWAT, entró el director con los encargados del sistema y el administrador de la escuela. Les pidieron a los alumnos que se bajaran un momento y me pidieron que les explicara lo que había visto. No tardé mucho en mostrarles y explicarles el riesgo. Por lo tanto, el director declaró un estado de hora libre con respecto a mi clase y puso a los técnicos a arreglar ese asunto. Yo, por mi parte, decidí tomarme la hora libre con los alumnos y nos fuimos a La pajarera (una terraza con mesitas y maquinitas de comida) a platicar.

Así perdí mi primera clase con los alumnos. Una semana después, hubo un simulacro justo a la hora de mi clase y entendí la desesperación que profesaban los profesores cada vez que sucedía algo así. A la siguiente semana, tuve una excursión escolar en mi universidad y tampoco pude dar clase. Estoy convencido de que el destino se burla de lo mucho que me esfuerzo para preparar una buena clase...

El sábado pasado, me habló uno de mis mejores amigos para invitarme al teatro. La obra Bésame Mucho finaliza su temporada en la Ciudad de México y mi amigo consideró una oportunidad prudente para ir a verla. Evidentemente, le habló a la persona indicada, pues, a pesar de que ya la había visto hace aproximadamente un mes, yo simplemente no puedo negarme a los musicales, así que accedí. Me encontraba hablando por teléfono con él cuando mi madre llegó corriendo haciéndome señas de que no colgara. Había estado escuchando nuestra conversación y también consideró prudente invitarse a la ocasión. Mis comentarios de la obra la última vez que había ido fueron excelentes y la verdad es que siempre pensé que mis papás podrían disfrutar mucho de esa obra. Mi papá, que nos miraba de soslayo desde el estudio, se incorporó de su silla y vino a presentar su atenta petición de ser incluido en el plan. Pues sólo faltaba mi hermano, a quien tuve el honor de despertar y me informó que también quería ir. Mi amigo invitó a su mamá y decidimos hablarle a otro amigo en común para que nos acompañara. Una vez establecido el grupo, compramos los boletos y esperamos a que llegara el domingo. Mi papá tuvo la amabilidad de ofrecer la camioneta para llevarnos a todos y fue un trayecto corto, pero bastante agradable. Mi mamá entablaba una conversación de política con la mamá de mi amigo, mi hermano escuchaba música y nosotros, en la parte posterior de la camioneta, hablábamos de las tonterías que uno suele decir en compañía de gente de confianza.

Llegamos al teatro temprano. Mi papá se estacionó milimétricamente en uno de los cajones del piso de arriba y nos dispusimos a entrar a las instalaciones de los teatros Telmex. El escenario estaba ambientado en Reforma, una de las avenidas principales de la Ciudad de México. A pesar de los constantes esfuerzos de los mexicanos por estropearla, yo sigo pensando de que es una de las más bellas avenidas de esta ciudad. Se veía a lo lejos la silueta del Ángel de la Independencia, monumento característico de México, junto con palmeras propias de la avenida. (nota cultural: Nuestro Ángel de la Independencia no es propiamente un ángel, sino una Victoria alada, como la Victoria alada de Samotracia). Se desdibujaban varias siluetas de edificios con luces proyectadas sobre ellos dando la impresión de ser ventanas con interiores iluminados. Dos semáforos intermitentes delineaban la parte superior del escenario. El frente, y metidas en el escenario, se encontraban dos secciones de mesas para espectadores capaces de pagar precios exhorbitantes. En varias ocasiones, los actores se acercaban a estas secciones y convivían un poco con los espectadores. El problema de esos lugares era, principalmente, que había escenas que se desarrollaban tanto adelante como atrás de ellos, entonces no tenían una visión completa de lo que sucedía en la obra.

Mi papá estaba francamente emocionado. Yo veía de soslayo su sonrisita y podía ver en sus ojos una emoción por estar escuchando los boleros que seguramente mi abuelo escuchaba a cada rato. Especialmente, lo vi sonreír cuando se simuló en el escenario a la estación de radio XEW, con una orquesta en vivo y espectadores censuradores de la música de aquellos años. Hablando de la orquesta, nunca había visto una obra en la que la orquesta fuera movible. Estaba puesta en una estructura blanca, pero se iba moviendo a los lados, rotaba y se adaptaba a lo que estaba sucediendo en escena. Fue un buen detalle.

Mi mamá estaba también fascinada con la obra. Ella se fijaba más en la escenografía, en el vestuario y en los colores. Y es que en verdad estaba muy bien hecha. Había cambios de escenario en los que podíamos pasar de un puerto en Cuba durante una noche de luna llena a un club nocturno en la Ciudad de México. Es una historia de amor imposible, como cualquier otra, pero la simbología y los motivos recurrentes llenaban de vida a la puesta en escena. La protagonista era, sin duda, la luna ya que, igual que Julieta en la obra de Shakespeare, ésta cambiaba cíclicamente, anímicamente y vivía alrededor de un ser a quien nunca iba a poder alcanzar. Es una historia, principalmente, de generaciones, de herencia y de una cultura mexicana a la que jamás había tenido la oportuinidad de entrar. El protagonista es un director de orquesta, un trovador y, como muchos otros lo somos, un enamorado sin remedio. Vi vimos en una cultura en la que los valores que alguna vez profesron nuestros padres no se han perdido por completo, pero han disminuido considerablemente. Y es parte de lo que trata de mostrar esta obra. Desde el proceso de ligue hasta la manera de hablar con la pareja han cambiado. No digo que esté mal. Simplemente digo que había algo mágico en aquella manera en que se vivía en el pasado. Tal vez una de las mejores sorpresas que me brindó ese musical fue ver a mis papás juntos y sonrientes, recordando el pasado. Tal vez recordaban su noviazgo o amores anteriores, no lo sé. Pero tenían una cara de alegría y felicidad que no se la acababan.

En mi caso, lo que siempre me ha impresionado de los musicales, son las voces, las canciones y las coreografías. No me puedo quejar de las voces. Es gente muy capaz y muy bien entrenada. Las canciones son sacadas de un pasado que tal vez no conozca muy bien, pero tienen un encanto especial, como las sonrisas de mis papás. Finalmente, en cuanto a las coreografías, había de dos tipos: unas de la parte inicial de la obra que eran malas como los comerciales de las campañas políticas. Hubo también una coreografía con computadoras que me molestó de sobremanera. Aún así, el resto de los bailables fue espectacular. Me encanta ver los vestidos largos moviéndose al unísono con la música, los brazos extendidos, como queriendo significar algo importante, mujeres alzadas en poses eróticas, saltos acrobáticos a lo largo del escenario y los bailables festivos, ridículos y atrevidos que debe tener cualquier musical.

No sé la razón, pero siempre me ha gustado ver la reacción del público mientras presencia una obra de teatro. En la primera fila, había una nena de unos cinco años que, evidentemente, estaba aburrida. Hubo un momento en que todo el elenco de la obra pasó frente a ella y decidió tocarlos a todos, así que, en lo que pasaban los actores, ella extendía cuidadosamente la mano, apretaba firmemente sus disfraces y los jalaba ligeramente, como haciendo constatar el hecho de que ella estaba ahí, enfrente, y que, a pesar de no estar actuando, cantando y bailando, merecía cierta atención. Así transcurrió el resto de la noche y siento que fue una buena experiencia. Los comentarios que escuché al finalizar la función fueron todos muy buenos y siento que eso es positivo, pues mi afición por los musicales suele sesgar un poco los juicios que emito al respecto. Si alguien tiene aún la oportunidad de verla, la recomiendo bastante.

Una disculpa a mis lectores habituales, pues sé que en esta ocasión, me extendí un poco más de lo acostumbrado, pero eran cosas que debía decir. Si han llegado a estas líneas, se los agradezco bastante.

sábado, septiembre 23, 2006

Ocurrencias de los alumnos. Parte I

Gracias a la sugerencia del Inge, he decidido abrir esta nueva sección en mi blog. La verdad es que los alumnos son personas sumamente ocurrentes y vale la pena recordar algunos de sus desplantes de adolescencia.

En un examen:
Pregunta: Menciona dos scripting languages
Respuesta: ENGLISH y SPANISH

Por Messenger:
Alumno: oye prof a ver cuando nos echamos unas chelas no?
Ruy: Cuando te gradúes... O cuando me corran... lo que ocurra primero
Creo que me han perdido todo el respeto... jajaja

lunes, agosto 21, 2006

The trouble with school is...

The trouble with school is
They always try to teach the wrong lesson
Believe me, I've been kicked out
Of enough of them to know
They want you to become less callow
Less shallow

-Wicked

Mi blog ha sido arrumbado y olvidado cual libro de secundaria. No ha sido a propósito, puedo asegurárselos. Cuando ocurre algo interesante en mi vida, no puedo evitar pensar en cómo relatarlo en este pequeño espacio de Internet. Si bien es cierto que mi vida es bastante aburrida y suele tener episodios molestos, creo que de repente suceden acontecimientos dignos de ser leídos. Tal vez la explicación a este abandono tan terrible que ha tenido mi blog se deba a que en estos últimos meses me han ocurrido varias cosas que no quiero recordar, así que, por el bien de mi psique, intentaré mandarlos al inconsciente, esperando que no salgan de ahí pronto y me dejen dormir en paz.

Aún así, estoy en una etapa de mi vida en la que, después de casi un año, me siento bien. Y es que me han ofrecido dos contratos en menos de dos meses y he descubierto que me gusta la vida laboral. Como es de suponerse, eso de contar con dinero para caprichos y demás vicios y saber que es dinero ganado por la sangre, sudor y lágrimas propios, es algo que, en verdad, no tiene precio. Pero fuera de eso, estuve trabajando en dos lugares totalmente distintos. El primero, una empresa estadounidense, muy grande, en la que tuve trabajo de oficina. Espero que en publicaciones posteriores, pueda relatarles un poco de esa experiencia. Mi segundo y actual trabajo, es de maestro de preparatoria en el bachillerato que me formó y del que he sacado todas mis manías y neurosis. Prometo hablar de todo esto en su momento.

Pues bien, dejo esta entrada, como constancia de mi regreso a este espacio y espero no tardar tanto en volver a publicar. A todo aquél que lea estas líneas, muchas gracias.

sábado, octubre 01, 2005

It's the feeling of being alive!

“It's the feeling of being alive!
Filled with evil, but truly alive!
It's the truth that cannot be denied!
It's the feeling of being Edward Hyde!”
-Jekyll & Hyde

“El teatro es un juego en el que hay que engañar
a quienes saben que están siendo engañados”- José María Rodero

El teatro, como sabrán, es de mis aficiones predilectas; pero regresando en el tiempo a mi primera obra de teatro, encuentro difícil entender la razón, pues mi primera experiencia teatral fue algo desastrosa. Era yo muy pequeño cuando mis padres decidieron que era hora de que conociera el teatro. Apenas tenía la edad suficiente como para permanecer sentado sin hacer algún tipo de destrozo por un par de horas. No recuerdo mucho de esa vez, pero sé que en aquellos tiempos no había un Ticketmaster que nos cobrara comisiones absurdas por vendernos boletos y OCESA no dominaba el entretenimiento escénico de calidad en México. Me es difícil decirles qué día de la semana era, pues cuando uno es pequeño, todos los días parecen semejantes. Recuerdo a mi padre presente, por lo que puedo concluir que era un sábado o domingo. Como no recuerdo a la tía que nos acompañaba los domingos, puedo inferir que era un sábado. por la mañana. Recuerdo, también, que mi hermano no estaba presente, por lo que puedo afirmar que yo tenía menos de cuatro años. Elemental, mis queridos lectores (suponiendo que en verdad haya más de una persona interesada en leer esta anécdota). Fuera de esos datos, no puedo ubicar bien el tiempo de mi primera obra de teatro. Aún así, recuerdo ciertos detalles, como mi madre emocionada, esforzándose por que nos viéramos bien, o mi padre guardando los boletos en la bolsa interna de su chamarra, como lo hace con las cosas importantes. La obra seleccionada había sido Blancanieves y los siete enanos y se representaba en el Teatro de los Insurgentes, que queda relativamente cerca de donde vivo. Una vez en el vestíbulo del teatro, decidimos pasar un rato en la dulcería comprando gomitas (el dulce preferido de la familia) y pronto pudimos acceder a nuestros asientos. Un detalle importante que cabe mencionar es que nos tocó los últimos asientos de la fila, es decir, los que estaban justo al lado del pasillo principal que dividía al teatro en dos conjuntos de asientos. Tal vez lo que más me llamó la atención en aquella ocasión fue el telón que cubría todo el escenario. Yo moría de ganas por saber qué había del otro lado y esa tela tan misteriosa, que caía heterogéneamente, apenas rozando el piso del escenario, me impedía ver. Desde entonces, desarrollé un gusto especial por los telones. Ahí radica la razón por la cual sigo siendo fiel a los Cinemex, a pesar de las fallas en su organización y presentación. Imaginen al pequeño, sentado en una butaca, con las piernas colgando, meciéndose con el asiento que se levantaba solito y buscando cualquier pista que pudiera sugerir lo que había detrás del telón. Algo que no entendí en aquella ocasión (y que sigo sin entender) fue la función de las llamadas. Si el boleto dice que empieza a tal hora, ¿cuál es el punto de una voz que esté recordando que la obra va a empezar tarde? Cuando fui a ver al Fantasma a Londres y durante mi infructuosa visita a Broadway, no hubo ningún tipo de llamadas. En Estados Unidos, empezaron a atenuar las luces y todo el público pasó a tomar sus asientos. En Londres, simplemente empezaron la obra en el momento indicado. Pasada la tercera llamada y una vez empezada la obra, no hubo gran problema. Había una hermosa escenografía y las canciones eran adecuadas para un pequeñín como yo. El inicio transcurrió sin incidentes. El problema llegó cuando el cazador apareció por detrás del público gritando quién sabe qué cosas, acercándose a toda velocidad hacia el escenario, amenazando a Blancanieves con un cuchillo. Ante la estruendosa aparición del cazador, el pequeño Ruy, antes de averiguar el origen del alboroto, decidió correr por su vida. Se bajó del asiento y, con lágrimas en los ojos, corrió por el pasillo, en dirección opuesta que el cazador y hacia el vestíbulo principal. Apenas pudo escuchar la risa que había provocado en el resto del auditorio, se volvió y miró a su padre, rojo como la manzana de Blancanieves, incorporándose de su asiento, corriendo a ver qué había sucedido con el pequeño Ruy. Sé que el actor que interpretó al cazador y la actriz que interpretó a Blancanieves en esa ocasión recordarán por el resto de sus días al niño que corrió por su vida, ante la amenaza de un personaje ficticio.
A pesar de esa mala experiencia, el pequeño Ruy creció admirando el teatro e, incluso, participó en la obra escolar de su preparatoria. Su principal afición fueron las obras musicales y parece ser que así seguirá siendo por mucho tiempo.
El domingo pasado, mi hermano me pidió que lo acompañara al teatro, pues su maestra de Ética prometió una cuantiosa bonificación a quien presentara el boleto de la obra con su respectivo reporte. Gustoso, accedí, a pesar del trabajo que tenía pendiente para el lunes. Mi hermano compró los boletos y, al verlos, el título llamó mi atención. Sobre el holograma de Ticketmaster, el título decía

YO ES OTRO SINCERAMENTE
HENRY JEKYLL.

De todo eso, sólo el nombre de Henry Jekyll cobró sentido en mi mente, siendo éste un gran personaje de Robert Louis Stevenson, hasta cierto punto parecido al Fantasma. A partir de ese libro, empecé a interesarme con las personalidades múltiples (y creo que ha sido lo único que me ha llamado la atención de la Psicología). Entré a Internet y a través del viejo amigo, Google, busqué el título, para encontrarme que ciertas faltas de puntuación aclaraban el título, que, originalmente, se leía:

YO ES OTRO
(SINCERAMENTE, HENRY JEKYLL)

Todo cobraba sentido, pues las palabras de Rimbaud (“yo es otro”) se aplicaban a la perfección al personaje de Stevenson. Se trata de una obra establecida en la época victoriana (una de mis favoritas) y que trata acerca de la doble personalidad del Dr. Jekyll y de cómo los crímenes de Edward Hyde empiezan a confundirse con los de otro personaje inolvidable: Jack el Destripador. Me maravilló la trama de la obra y, como suele sucederme en este tipo de casos, me impacienté demasiado rápido por verla.
Llegamos al teatro después de una breve perdida alrededor de Campo Marte y el Auditorio Nacional. Estacionamos el automóvil y buscamos el teatro El Granero. Una indicación bastó para que lo encontráramos. En lo que esperamos a que abrieran, compramos gomitas como lo habíamos hecho tanto tiempo atrás en Blancanieves. Había una pareja de la tercera edad, esperando con nosotros y leyendo los afiches que sobresalían a través de los vidrios que daban a la entrada. Finalmente, a escasos quince minutos de lo establecido en el boleto como inicio de la función, nos dejaron entrar y nos pidieron que pacientemente esperáramos en el vestíbulo hasta que dieran la primera llamada. Eso sólo podía significar una cosa: la función empezaría tarde. Había butacas rodeando el teatro y mi hermano y yo decidimos tomar asiento. Tomamos un tríptico con información acerca de la obra y, mirando el reloj cada minuto, nos dispusimos a esperar. La impaciencia volvió a ganar sobre mi templanza y decidí incorporarme y leer las placas de las obras que habían estado en ese teatro. La mayoría, eran obras que habían pasado al anonimato. Sólo reconocí la obra de Samuel Becket (sí, como el de Quantum Leap) titulada Esperando a Godot, obra que había leído en la preparatoria para la clase de Ética.
En eso, anunciaron la primera llamada y toda la gente que había estado esperando con nosotros, entró al auditorio. Una vez adentro, nos dimos cuenta de porqué lo habían nombrado El Granero. Era un cuarto cuadrado, con paredes de madera. Había butacas en tres de los cuatro lados y el último lado alojaba la escenografía. Una manta pintada con varias manchas de colores obscuros colgaba al centro, dos puertas a los lados, dos plataformas –una representando un laboratorio y otra una habitación- y al centro, cuatro sillas y una mesita. Mi hermano se había emocionado bastante por el hecho de que había conseguido asientos en la cuarta fila. Posiblemente, lo que nunca se imaginó fue que sólo había cuatro filas en un teatro tan pequeño. Aparte, nos tocó estar contra una pared que hacía un ruido horrible a cada movimiento, por más pequeño que fuese. Tuve tiempo suficiente para burlarme lo suficiente de él. Para mi desgracia, no había telón pero es algo con lo que he aprendido a vivir en mis visitas al teatro. Estuvimos un rato, esperando las llamadas, cuando unos personajes de lo más singulares entraron y se sentaron a unos cuantos metros de donde estábamos. El primer personaje era una adolescente de unos dieciocho años, vestida con una chamarra roja, con un exceso de maquillaje rojo y el cabello estaba dividido en tres secciones: la parte más alta era roja, una franja amarilla cruzaba su cabeza justo arriba de sus orejas y el resto de su cabello era castaño obscuro. Era una persona que, definitivamente, no pasaría desapercibida bajo ninguna circunstancia. Aún así, junto a su acompañante, ella pudo haber sido cualquier persona. Se trataba de un hombre de si acaso unos 18 años, vestido de mujer. Al igual que ella, venía vestido de rojo, con un saco como los que antes compraba mi mamá, con una falda de color rojo Moulin-Rouge, medias rojas, el cabello esponjado, llevaba una bolsa y se comportaba como si quisiera hacer que las mujeres presentes se sintieran poco femeninas.
Pronto, se dio la tercera llamada y apareció el actor que representaba al Dr. Jekyll. Empezó con un monólogo digno del teatro de Lope de Vega. La obra fue cansada, sobre todo porque estaba escrita de una manera antigua y anticuada. El reparto estaba mal seleccionado, pues un afamado doctor londinense era un moreno, chaparrito y con una nariz digna y orgullosamente mexicana. Aparte, estoy seguro que ese actor es el responsable de doblar a los narradores en las caricaturas de Disney, pues su voz inconfundible me traía recuerdos de mi infancia y del periodo en mi vida en la que veía televisión. El primer acto pasó sin consecuencias graves. Había suficiente movimiento en el escenario como para mantenernos entretenidos. Lo mejor era la actuación del mayordomo, quien interpretaba un papel doble. Por un lado, era el mayordomo del doctor que habla como narrador de Disney, y por otra parte, era el mayordomo del Dr. Jekyll. Físicamente, cambiaba poco: sólo se ponía y quitaba unos lentes y un chaleco y cambiaba su tono de voz y su actuación; pero la primera vez que apareció con el otro papel, tardé en darme cuenta de que se trataba del mismo actor. En un personaje, interpretaba a un mayordomo metiche y pendiente de las bebidas de los invitados de su amo; en el otro, era un mayordomo distraído, pero fiel al Dr. Jekyll. Fue algo que disfruté bastante. Llegó el intermedio y decidimos salir a estirar las piernas, pues los asientos eran algo incómodos y mi cóccix necesitaba un descanso. Bajamos al vestíbulo y me percaté de que había otro pasillo repleto de placas de obras anteriores. Iba yo muy divertido observando algunos de los títulos de las obras, cuando vi un papel aterrizando cerca de mí. Era un boleto de la obra e inmediatamente después, el travestido se inclinó a recogerlo. No salté por respeto a esa persona, pero mi corazón (ya dañado por tanta cafeína) dio un salto súbito al verlo de nuevo. Ya había yo olvidado su presencia. Él pareció no notar mi presencia. Caminó hacia el baño y surgió un momento decisivo que yo tenía curiosidad por ver: ¿A cuál baño entraría? ¿Al de hombres o al de mujeres? Efectivamente… entró al de mujeres. El portero del teatro notó las caras de extrañeza que pusimos mi hermano y yo y nos dijo que de repente llegaban especimenes así.
Pasados unos minutos, volvimos a nuestros asientos y continuó la obra. Había de repente, proyecciones sobre la manta que colgaba al centro del escenario y siento que la iluminación y la música fueron muy bien seleccionados. Seguían los monólogos cansados, pero ahora habían cobrado un matiz más interesante: los juegos de palabras. Eso me agradó bastante y me pareció adecuado en una obra que trata sobre la sutil línea entre el bien y el mal. Aparecieron escenas desconcertantes, como la de Edward Hyde intentando violar a una prostituta (esto sucedió en la plataforma izquierda, donde había una cama y nosotros, estando en la fila más alta, de ese mismo lado, obtuvimos una excelente vista al voluminoso trasero de esa actriz). El final fue como debió haber sido y siempre me ha motivado mucho el aplaudirles a los actores al final. Es un momento que siempre espero con ansias y sé que los actores también.

jueves, septiembre 01, 2005

A collector's piece, indeed...

Desde hace tiempo, me me ha llamado mucho la atención esto de los blogs. Me parece muy interesante el hecho de que tanta gente quiera comunicarse y tan pocas personas que estén dispuestas a escuchar. En lo personal, siempre me ha agradado la idea de escribir lo que se me viene a la mente, así que siento que tener un blog podría ser una terapia para mi muy desgastada psique.

Una vez justificado el uso de espacio en un servidor desconocido, tal vez lo que deba hacer a continuación sea presentarme. Soy un estudiante (como tantos otros) que es aficionado a esto de la computación y la informática (como muchos más). Mis pasiones son el cine, la música y los libros. En verdad, cuando se me pasa una semana sin asistir al cine, me siento raro, como si las butacas del Cinemex de la esquina me jalaran irremediablemente. Mis principales gustos dentro de esta disciplina son los géneros musicales. Me parecería encantador poder vivir en un mundo en el que siempre hubiera una música de fondo o que, de la nada, uno pudiera levantarse y bailar y cantar, sin remordimientos ni privaciones. Como tantos cantantes frustrados, soy cantante de regadera y vivo pensando en que mi voz de ganso no es precisamente lo que alguien quisiera escuchar. También soy ávido asistente del teatro musical, pero no asisto tanto como al cine. Mi musical favorito por antonomasia es El Fantasma de la Ópera. También he visto obras muy buenas como Chicago, Cats, El Hombre de la Mancha, La Bella y la Bestia y Los Miserables; pero mi afición al Fantasma es tal que escucho el soundtrack al menos una vez en el transcurso de la semana. Me agrada la música de Andrew Lloyd Webber, aunque creo que sus obras carecen de originalidad... Uno empieza a ver patrones de vez en cuando. Como buen ingeniero, cada día tengo menos tiempo para leer, pero cargo con un libro a todas partes. Siempre aparecen circunstancias de espera en las que conviene sacar un buen lbro y ponerse a leer. Es una herramienta invaluable en la fila del banco o cuando uno espera a que su hermano aparezca después de un largo día de escuela. He desarrollado también la habilidad de leer en el camión que me lleva a la universidad todos los días y así avanzo en novelas. Personalmente, prefiero las novelas policiacas y de fantasía. Tal vez, los mejores libros que haya leído (o, por lo menos, los que más me han gustado) son El Club Dumas, The Lord of the Rings, La Carta Esférica, La Tabla de Flandes, The Hobbit, entre otros. Como verán, soy admirador de J. R. R. Tolkien, y de Arturo Pérez-Reverte.

He visto varios blogs atiborrados de fotografías de sus redactores. La verdad, no pienso horrorizarlos con fotografías mías, ni creo conveniente comprometer a mi familia, mi novia y mis amigos a aparecer en la colección de fotografías de mi blog. ¿Para qué? A mí no me gusta que publiquen mi rostro sin autorización (ya el Reforma lo hizo una vez y la cantidad de bilis que derramé fue considerable) y supongo que a mis seres cercanos, tampoco. Por tal motivo, sólo subiré las fotografías estrictamente necesarias y pediré permiso a todo aquél desafortunado que se haya colado en la imagen.

Pues, simplemente, me queda por decir que, en esta revolución de la comunicación, en la que todo el mundo grita por ser escuchado y no le importa escribir tonteras mientras que exista la posibilidad de que alguien los lea y los admire, agrego mi pequeño blog, esperando ser leído, comentado y recordado...