martes, enero 29, 2008

Well, well, well... What have we here?

"Well, well, well. What have we here?
It's gonna be a - a Happy New Year"
- Happy New Year B (Rent)

Me asomé cautelosamente, procurando no hacer ni el más mínimo ruido. Mi cuerpo temblaba con la simple idea de tener que enfrentarlo de nuevo. Él yacía al otro lado de la habitación, completamente ignorante de la angustia que provocaba en todo mi ser. Descansaba plácidamente sobre la mesa de madera del comedor, parpadeando constantemente, como para mantenerse despierto, recordándome su presencia. La habitación aún permanecía obscura, con un pequeño halo de luz que rodeaba débilmente al monstruo que yo mismo había creado. Miré mi reloj y, con tristeza, confirmé que la fecha estaba por expirar. Había hecho una promesa de enfrentarlo y mi tiempo se acababa a pasos agigantados. Inspiré decididamente y me incorporé lentamente, con la definitiva determinación de acabar con esta situación de una buena vez. Era ahora o nunca...

Me llené de valor y avancé rápidamente hacia la mesa de madera del comedor. Tomé asiento, respiré hondo y recordé aquella bella sensación de enfrentarme a la pantalla en blanco de una nueva entrada de mi blog...

Empecemos por el principio, como se debe comenzar en situaciones como ésta, en la que es necesario explicar y justificar una ausencia prolongada. Me encontraba en un bello restaurante de la Condesa, empezando a saborear unas deliciosas crepas que ostentaban en su sabor la nacionalidad húngara, cuando mi novia sugirió sutilmente el hecho de que enero estaba a punto de acabarse y nosotros aún no habíamos hecho nuestros propósitos de Año Nuevo. Creo que la última vez que yo había hecho propósitos de Año Nuevo todavía no identificaba la diferencia entre las vocales y las consonantes; sin embargo, ella suele ser muy diligente para ese tipo de operaciones, por lo que decidí darle gusto y aprovechar el buen humor que estaban produciendo en mí esas crepas húngaras.

Sacó de su bolsa la agenda que le había regalado hacia el final del año pasado y que cargaba a todas partes. La abrió en una página que, se notaba, había reservado para esa ocasión. Abrió una vez más su bolsa, en busca de una pluma y, tras conseguirla, empezamos a anotar nuestros propósitos para el 2008.

No nos resistimos a la tentación de incluir propósitos relacionados con bajar de peso, hacer ejercicio y demás ilusiones que, por un momento, suelen cobrar sentido cuando se están estructurando los propósitos para el siguiente año. Continuamos con nuestra tarea, procurando hacer propósitos un poco más creativos. Fue un instante fugaz, pero recordé el pequeño blog que había dejado abandonado ya bastante tiempo atrás. Tomé la pluma, puse mi nombre en la agenda y escribí con cierta determinación: "Escribir, al menos una vez al mes, en mi blog." Miré esa línea con empatía y pude esbozar una leve sonrisa que me recordaba las veces que había publicado textos en mi blog. A final de cuentas, contribuía a esta extraña necesidad humana de ser escuchado y me daba gusto saber que había gente (y espero que aún la haya) a quienes puedo comunicar mis ideas instantáneas.

Hoy, antes de que se acabara el mes, decidí volver a escribir, no sólo por cumplir con mis propósitos, sino porque siento que un blog como el mío, es una válvula de escape de la vida cotidiana, una puerta abierta que puedo explorar en mis ratos de ocio, una posibilidad de ver algo maravilloso en este mundo que, de otra forma, no habría percibido siquiera.

Sin embargo, ha transcurrido ya tanto tiempo de la última vez que publiqué, que temo no ser la misma persona que solía meterse entusiasmado a ver las visitas que había tenido mi blog en un día. He cambiado bastante, y siento que es para bien. Lamento si decepciono a alguno de mis lectores que solían ser frecuentes (aunque, hay que aceptarlo, los contaba con los dedos de la mano). En este tiempo que ha pasado desde mi última publicación, regresé a una relación maravillosa con quien ha sido, hasta ahora, el amor de mi vida por los últimos seis años y medio; estuve en una compañía de teatro musical, montando Wicked; cargo ahora con un título de Ingeniero en Sistemas Computacionales; trabajo en una empresa de tecnología muy importante a nivel internacional(que, de acuerdo a mi política, no nombraré por respeto); entre tantas otras cosas...

Y sin embargo, sigo soñando con ser escritor, sigo viviendo en carne propia el cine, sigo siendo amante del teatro musical, sigo siendo adicto a los podcasts, sigo siendo ridículamente obsesivo con la ortografía, sigo disfrutando impartir mis clases de computación de preparatoria, sigo siendo Ruy, el que años atrás comenzó con su blog y nunca tuvo intenciones de dejarlo.

Mi vida ha cambiado drásticamente y, por tanto, creo que esta publicación, debe hacerlo también. Ocuparé este pequeño espacio en un servidor desconocido para publicar mis impresiones y la perspectiva con la que veo la vida. Seguiré poniendo mis historias y mis anécdotas, pero no me limitaré a un texto kilométrico para saber que es algo digno de publicarse. Otro de mis propósitos fue leer, al menos, una novela al mes. Tengo planeado publicar mis reseñas y mis impresiones de libros, películas, teatro y demás expresiones artísticas a las que me enfrente. Quiero hacer de este espacio, el espacio reservado para mis palabras, algo un poco más interactivo y, ojalá, pueda atraer, así, más lectores. Gracias a ti, que estás leyendo esto, y prometo llenar este espacio de notas de mi vida con el único propósito de compartirlas y que tú también las disfrutes.

viernes, abril 27, 2007

Ocurrencias de los alumnos. Parte V

Ésta fue otra conversación que tuve con un alumno por MSN Messenger. Traté de corregir un poco su ortografía y gramática, pero no hago milagros:

Alumno: Oye, otra cosa. No es por hacerte la barba ni nada. Ni siquiera veas quién soy, pero la verdad, para ser profesor nuevo, con realmente nada de experiencia (digo, segun yo, no?), digo, acabas de salir de la escuela (todavia recuerdo aquellos dias que eras de los de sexto que nos veias feo jaja) eres bueno. Y eso q nos ha tocado estrenar a muchos profesores jaja. Pero bueno, sólo un comentario. Ya m voy a intentar sguir estudiando

Ruy: Muchas gracias. Y sé que no es barba. Pero dime, por qué lo dices.

Alumno: Sí, es en serio. No, pues yo digo porque en comparación de... no sé, no es por poner ejemplos, pero hemos tenido a Dulce, Tony, Arocha, Yara... Todos así como empezando, pero como que no le echaban tantas ganas y, digo, la mitad si no es que sólo Yara ahora que lo peinso, siguen en la escuela, jaja. Ahora sí que parece que es barba, pero no. Yo creo que también como dices que eras bien ñoño, no sé, como que se ve que algo que quieres hacerlo bien. Por lo menos, a mí me parece. Y no sé si te piensas quedar pero seguro que te va ir bien

Ruy: Muchas gracias. Lo que pasa es que me gusta mucho dar clases y me encantan los temas que doy. Tal vez eso influya. Muchas gracias por tu comentario

Alumno: No, de nada. Es en serio. Además, sabes, creo que te van a dar, si no es que ya te han dado, buenas ofertas de trabajo, y pues te vas a ir. No sé, por qué estaba pensando en eso el otro dia. Estábamos platicando lo de trabajar antes de terminar la carrera y eso y pense en eso.

jueves, marzo 15, 2007

La Tía Nina

Al sur de San José, capital de Costa Rica, se encuentra el cantón de Aserrí, que a su vez, se divide en 7 distritos: Aserrí, Tarbaca, Vuelta de Jorco, San Gabriel, Legua, Monterrey y Salitrillos. En cualquier mapa, es relativamente fácil encontrar estos lugares, con la excepción de Vuelta de Jorco. Parece ser que los cartógrafos costarricenses tomaron la decisión de que este pequeño pueblo no merece estar al alcance del turista perdido, del visitante curioso o del público en general. Personalmente y a pesar de esto, Vuelta de Jorco permanece siendo uno de los lugares que más fácil puedo localizar. Se encuentra justo al norte de mis mejores recuerdos, al suroeste de mi nostalgia, al noreste de mi felicidad, al oeste de mi infancia y justo al lado de mi familia.

Recuerdo haber despertado aquella mañana de diciembre de 1986 en el segundo piso de la casa de mis abuelitos. No sé si desperté debido al olor del desayuno recién hecho que provenía de la cocina de la abuela (probablemente, gallo pinto acompañado de huevo revuelto con jamón), o si había abierto los ojos por la humedad que traía la vegetación a la casa de madera donde había crecido mi mamá. Hacía uno de esos fríos que hacen querer acurrucarte entre las cobijas y simplemente disfrutar el momento. Abrí cuidadosamente la ventana y me recargué sobre el pretil, admirando las montañas, la vieja escuela primaria a la que asistían mis primos y reconociendo el olor de los cafetales que rodeaban la casa. Al fondo, podía ver apenas la portería de La Plaza, adonde íbamos a jugar todas las tardes y donde mi tía Guise solía armar una fogata y contaba cuentos de terror.

Escuché pasos presurosos subiendo por las escaleras de madera, hacia la habitación que me habían asignado aquella vez. No tardó en aparecer el rostro de mi primo Manrique. Tenía una sonrisa malévola, de ésas que hacen los niños cuando quieren un cómplice para hacer algo que saben no es del todo apropiado. Algo traía en mente.

–Diay, Rodrigo –dijo, arrastrando las sílabas tónicas, como suelen hacer los costarricenses. Me volví hacia él, me estiré un poco y, antes de que terminara de bostezar, mi primo decidió proseguir con su saludo

–Hale para donde Abuela Socorro –dijo, moviendo los brazos con entusiasmo. La Abuela Socorro es mi bisabuela, una mujer, en verdad, admirable. Siempre he dicho que mi familia es tan grande, que uno puede ir a San José, Costa Rica, cerrar los ojos en pleno Centro, apuntar hacia donde sea, y la persona que se cruce enfrente tiene una gran probabilidad de ser pariente mío. El eje de esa familia tan prolífica es mi Abuela Socorro. Vivía en la parte más baja de Jorco, en una casita de madera y detrás de unos cafetales y plantíos de moras y caña. Todos los domingos, subía a pie por una cuesta que incluso un Jeep se quejaba al intentar subirla. Yo, en lo personal, jamás me atrevía subir esa cuesta caminando. Subía con el único propósito de asistir a misa y comprar cosas en la feria del domingo.

Me incorporé rápidamente, me di una ducha rápida (esa maldita manía de no sentirme bien si no me baño en la mañana viene desde tiempos de mi infancia), me vestí, me puse mi reloj (también la manía de no salir sin reloj data de aquellas épocas), me peiné lo mejor que pude, bajé las escaleras y justo cuando estábamos abriendo la puerta, escuchamos la voz de mi abuelita preguntándonos de manera inquisitiva adónde íbamos.

–Vamos donde Abuela Socorro –respondió Manrique.

–No sin antes desayunar –contraatacó la abuela, en lo que servía los huevos y el gallo pinto en nuestros platos.

Una vez atendido nuestro nuevo contratiempo alimenticio, salimos corriendo de la casa de mis abuelitos y nos dirigimos a casa de mi Tío Rodolfo para que nos llevara a casa de la Abuela Socorro. Habríamos caminado, pero, insisto, la montaña que debíamos bajar era digna de exploradores de la calaña de Indiana Jones, o, al menos, de la tenacidad de mi Abuela Socorro. El Tío Rodolfo accedió gustoso y nos bajó en uno de sus automóviles; digo automóviles porque mi Tío Rodolfo siempre se ha caracterizado por su amplio repertorio de automóviles. No es que sea el millonario del siglo, ni mucho menos, pero se dedica a la compra y venta de coches y en lo que le consigue dueño a un auto, él tiene que estarlo paseando para que la gente lo vea y alguno se enamore de él. Como bien dicen por ahí, de la vista nace el amor. Mi Tío Rodolfo tiene en la vida dos vicios: los autos y las mujeres. Creo que ha tenido tantos autos como mujeres en su vida. Tal vez por eso, a cada automóvil, lo nombra con el nombre de alguna mujer. En esa época, según recuerdo, el carro que nos bajó a la casa de la Abuela Socorro se llamaba Julieta.

Pasamos por varias plantas procesadoras de café, y hacia el fondo, pasando un riachuelo que nunca he sabido su dirección, nacimiento o paradero, encontramos el cercado que rodeaba la parte frontal de una casita de madera. Las paredes estaban pintadas de azul, pero desde hacía mucho tiempo necesitaban un nueva capa de pintura. Bajamos por unas escaleras de piedra y nos sentamos en el barandal de la cerca que daba hacia los plantíos de caña, café y moras. Mi primo sonreía en lo que mecía sus piernas hacia adelante y hacia atrás. Yo trataba de imitarlo, pero aún me preguntaba qué estábamos haciendo ahí. De repente, señaló hacia una de las ventanas laterales de la casa y dijo:

–Vea a Nuria ahí, dormidota. ¡Qué pereza!

Del otro lado de la ventana, se encontraba una niña de cabellos dorados dormida boca arriba, abrazada de un gran oso de peluche. Se encontraba vestida con un vestido blanco con motas rojas y estaba recostada sobre la cama tendida, por lo que supusimos que se había quedado dormida, como solía hacerlo, después de jugar en su casa de muñecas de madera. Solía ser su juguete favorito y nos lo presumía en cada ocasión. Lo habían traído de Alemania y estaba pintada a mano. Era enorme. En aquella época, yo mismo era apenas unos cuantos centímetros más alto que la bendita casa de muñecas. Era tan imponente que nunca hubo otra niña que quisiera jugar con nuestra prima Nuria, por lo que pasaba horas abriendo y cerrando la casa, metiendo y sacando sus muñecas, acomodando los muebles dentro de los distintos cuartos, y aislándose de todo niño que quisiera convivir un poco con ella, incluidos nosotros. Nos parecía, en verdad, una niña detestable. Cuando se acercaba a nosotros, con intensiones de jugar algo, salía su mamá, la llevaba adentro y se pasaba largas horas peinándola. Mi mama decía que el principal orgullo de la mamá de Nuria era presumir el cabello dorado de su hija. En verdad, era hermoso. En ese momento, el cabello se encontraba desparramado hacia el lado izquierdo de su cabeza y caía por la orilla de la cama. Aún así, esparcido alrededor de la cama, brillaba con un tono que envidiaría la misma Barbie. Tal vez, esa perfección la hacía aún más detestable. Era una niña malcriada, envidiosa, presumida... atributos que pueden convertirse en una verdadera migraña infantil. Evidentemente, después crecería de una manera tan perfectamente proporcionada y perfecta, que no tardamos todos los primos en comernos nuestras palabras. Mientras tanto, era la prima que todos odiábamos y que se hacía odiar por toda la población infantil de Vuelta de Jorco, y, quizás, también por algunos miembros de la población adulta.

Mi primo Manrique volvió a sonreír y, bajándose del barandal, me dijo:

–¡Sígame!

Obediente, acepté la invitación. Nos aproximamos a la ventana y escalamos por los tablones rotos que sobresalían bajo el pretil. Abrimos lentamente la ventana y escalamos sobre la superficie de madera. Nos agarramos con cuidado del marco, y saltamos al cuarto de Nuria. Ella seguía sumergida en un sopor rítmico y profundo. Nos acercamos a la cama, sigilosamente. Sabíamos que no podíamos permitir que se despertara. Si lo hacía, gritaría sin parar hasta que llegara su mamá, quien avisaría sin pensarlo dos veces a nuestros padres y llegando a casa, nos esperaría una tunda de aquellas que uno recuerda por el resto de la vida. Sabíamos el riesgo, pero la mente infantil no funciona con los riesgos. Funciona a partir del momento inesperado, siempre dotado de cierto grado de diversión. Nos ocultamos debajo de la cama. No sabía qué pretendía mi primo Manrique, pero, al ser mayor que yo, obtenía cierto beneficio de la duda y yo debía seguir todo lo que él dijera. La infancia también funciona a través de una imitación ciega de todo aquel que uno considera mayor.

Podíamos escuchar cómo respiraba profundamente la niña de los cabellos dorados. De repente, escuchábamos sus movimientos reflejados en los resortes de la cama. Era una de esas camas viejas que aún eran sostenidas por una serie de resortes transversales y que hacían un ruido descomunal cada vez que se movían. Yo moría de miedo con el simple hecho de pensar en Nuria descubriéndonos ahí, en su cuarto, pero mi sentido de aventura, y mi estupidez infantil, me empujaban a seguir los pasos de mi primo.

De repente, Manrique estiró la mano y tomó un pequeño mechón de cabello. Empezó a jugar con él y, sin esperarlo, empezó a enredarlo en los resortes de la cama. Me hizo una señal con la mano izquierda y yo tomé otro mechón y también lo enredé entre los resortes. Así seguimos, enredando pequeñas porciones de su cabello a distintas partes de la cama. Uno a uno, fuimos entretejiendo y enredando, a veces anudando, los mechones de la preciada cabellera de la prima Nuria.

Una vez terminado nuestro trabajo artesanal, corrimos hacia la ventana, la saltamos como los bandidos que éramos y nos fuimos a sentar de nuevo en el barandal que separaba la casa de los plantíos. Esperamos un rato, meciendo de nuevo las piernas, platicando un poco de lo que haríamos en la tarde, pensando en los tíos que podríamos visitar los siguientes días. En ningún momento, nos pusimos a reflexionar acerca de lo que acabábamos de hacer. Al contrario, lo tomamos como algo que alguien debía hacer en algún momento determinado. El momento se había presentado y simplemente sucedió. No sé si fue la falta de experiencia, o la inocencia particular de la edad, pero no nos movimos de ahí. Estábamos los dos, muy contentos, platicando sin ninguna preocupación, justo al lado de la escena del crimen. No se nos ocurrió escondernos, no se nos ocurrió huir. Simplemente queríamos saber qué iba a pasar cuando despertara. Pasaron los minutos y, al cabo de un rato, sucedió: Escuchamos un grito extraordinario, monstruoso, enorme, de desesperación, angustia y terror. El grito sonó por toda la casa y no tardaron los pasos de los adultos extrañados aproximándose al cuarto de Nuria. Fue en el momento en el que decidimos huir.

Saltamos una pequeña cerca y nos adentramos en los plantíos de café. Pasamos por los cafetales que inundaban el aroma de nuestro crimen con un delicioso olor amargo. Corríamos como si nuestra vida dependiera de eso y nos adentramos hacia los plantíos vecinos. Nos metimos en la cosecha de zarzamoras y ahí decidimos parar. Creo que nos ganó el calor particular de la zona y nos sentamos junto a uno de los arbustos de zarzamoras de algún vecino. Estábamos agotados, pero no podíamos parar de reír. Nos imaginábamos a nuestros tíos tratando de sacar los cabellos de Nuria de debajo de la cama. Podíamos ver la cara de desesperación de la niña, pidiendo auxilio, tratando de escapar, pero sin poder mover su cabeza. Reímos tanto que terminamos recostados junto a un arbusto y se nos hizo fácil extender la mano, y comer un poco del fruto, que se encontraba listo para ser recolectado. Comimos de ése y de otros arbustos, hasta hartarnos.

Nos la estábamos pasando pura vida, hasta que se me ocurrió ver el reloj. Habían pasado más de tres horas desde que habíamos salido de casa de la abuela. Nos sorprendimos del paso del tiempo cuando uno se la está pasando bien y decidimos que era hora de volver. Salimos de los plantíos y nos fuimos directo a la estación de buses. En lo que esperábamos, platicamos un poco más de nuestras especulaciones de lo que pudo haber ocurrido cuando llegaron nuestros tíos a ver la atrocidad del cabello de Nuria. Reíamos y reíamos. Una señora que también esperaba el bus nos veía de soslayo y también sonreía. Tal vez conocía a Nuria y pensaba que ya era hora de que alguien hiciera algo así. Quizás, simplemente le entretenía escuchar las travesuras de dos infantes.

Entramos, pagamos nuestro pasaje y nos sentamos a la mitad del bus. Una vez sentados, permanecimos en silencio. El conductor no tardó en arrancar. El bus se movía con tanta piedra de los caminos de tierra que formaban el camino hacia el centro de Vuelta de Jorco. A veces, las ramas de los árboles entraban por las ventanillas superiores y chocaban contra los vidrios. Yo veía por la ventana en lo que avanzábamos, lentamente, de regreso a la casa de los abuelos. Llegamos a un camino bien definido y ahí hizo otra parada. Miré de nuevo por la ventana y vi una figura que invadió mi ser de terror. Se trataba de una figura encorvada que se aproximaba hacia nuestro bus.

–¡La Tía Nina! –exclamé, preocupado, en lo que Manrique se acercaba a la ventanilla y, al ver a la viejecilla subiendo en el bus, puso una cara como la que seguramente estaba poniendo yo. Nos inclinamos en el asiento, para que no nos viera, pero sabíamos que las probabilidades de éxito en esa empresa serían prácticamente nulas.

La Tía Nina era una viejecilla, de cabello totalmente cano, que vestía unos jeans, una camisa a cuadros de manga larga, y unos zapatos cafés que ya habían visto pasar varios años con ella. Traía un cigarrillo en la mano derecha y exhalaba humo en cada palabra que decía.

–¡Diay, papacito rico! –le dijo al conductor en lo que llegaba a pagar su pasaje –Usted tan buenote y yo cada día más deseosa. Apárteme un pedacito, que en cualquier noche le caigo.

Atrás de nosotros, la señora que había esperado el bus con nosotros, sltó una pequeña risilla, pero se controló de inmediato.

–¡Ay, Nina! Conseguite un novio –fue la única respuesta del conductor.

–Eso hago, papacito rico. Pero vos no sabés distinguir la calidá de la chusma.

El conductor decidió ignorar su comentario y Nina siguió caminando hacia su asiento. en lo que hacía esto, empezó a llamar a todo aquél desafortunado ser que se encontrara en el bus.

–¡Diay bombón! ¿Seguís con ese esperpento de mujer con el que te habés casado? -le decía a uno.

–Efraín, papito, hace rato que no venís a tomar café conmigo. Que no te dé pena que me conoces. Ya sabés que estás invitado cuando mejor te convenga –decía, en lo que le guiñaba al pobre y sonrojado Efraín. Nosotros sólo veíamos cómo se acercaba lentamente y veíamos en un futuro no muy lejano, el momento en que nos tocaría a nosotros la humillación.

–Nela, dejá de fastidiar a tu marido y dejámelo un fin de semanita para que veás cómo lo compongo –decía a una mujer que había sido su vecina. La gente parecía no importarle que la viejita estuviera metiéndose con todos. Parecía como si el pueblo hubiera aceptado bien su manera de ser y su personalidad. Finalmente, llegó con nosotros:

–¡Diay papitos! ¿Qué haciendo por aquí? ¿De vagos, verdá? ¡Hale, a trabajar! ¡Hagan algo productivo de sus vidas! Sus papás na'más trabajan sin parar para que ustedes estén gastando su tiempo comiendo moras –dijo, viendo las manchas que teníamos en nuestras playeras–. Aquí me siento con ustedes, para vigilarlos. No me confío de chusmas como ustedes.

Nos recorrió y se sentó junto a nosotros. Inhaló un poco más del humo de su cigarrillo y lo exhaló justo en nuestros rostros. Su voz, ronca y cruda por la vida que había llevado, nos hacía temblar al término de cada sílaba. Se volvió a la señora que estaba sentada atrás de nosotros y dijo:

–Sí, son mis sobrinitos... Alguien tiene que cuidarlos y vigilar que todo marche sobre ruedas. Si no, crecen y se convierten en vándalos. Estos cabezas de chorlito no tienen futuro si no hay una mano firme que los eduque.

Nos miró atentamente, mirando nuestras manchas de nuevo y viendo nuestras expresiones.

–Esa hijueputa'e Nuria gritó como una loca de atar. Y Bora gritando por toda la casa. Y Mario corriendo al cuarto. La única con un poco de sensatez era Socorro. Bonito escándalo causaron –nos miró de nuevo a los ojos, sonrió brevemente y volvió a exhalar humo de tabaco–. Pero esa miona se lo merecía desde hace rato.

Sabía perfectamente que habíamos sido nosotros. No nos regañó; no nos felicitó, tampoco; simplemente aceptó lo que habíamos hecho. No dijo más en el resto del viaje. Llegamos a la estación del centro de Jorco y nos bajamos del bus. La Tía Nina se despidió de todos los conocidos.

–¡Adiós, adiós! Nos vemos en misa –decía, mientras nos tomaba de las manos–. Vengan, chicos. Les voy a mostrar algo.

Caminamos así por la plaza central, pasando la escuela. Caminamos por la carretera que dividía el pueblito en dos. Pasamos cerca de la gasolinería, la papelería, la pulpería y el taller mecánico. Llegamos a un establecimiento pequeño y modesto. Nos detuvimos frente a una de las ventanas y la Tía Nina señaló hacia adentro. Era la estética del pueblo y Nuria se encontraba adentro, junto con la Tía Bora, con el Tío Mario y la Abuela Socorro. La gran cabellera de Nuria, se encontraba esparcida por todo el suelo, iluminando la estética con su brillo. Nuria lloraba como si estuviera perdiendo un brazo o una pierna. Nina reía entre dientes, tosiendo en espacios periódicos.

–Si me preguntan, chicos, diré que estuvieron todo el rato conmigo –y con esas palabras, nos llevó a casa de los abuelos, donde platicó, como en verdad creyendo que fuese verdad, las cosas que hicimos durante toda la tarde con ella. Nunca mencionó a Nuria, ni a Mario, ni a Bora.

La Tía Nina fue un personaje sin igual en la historia de mi familia. Incluso, cuando regresamos más grandes a Costa Rica, nos recibía gustosa en su casa y todo varón que quisiera entrar en su morada, tenía que pasar por el ritual de bienvenida. Nos formábamos todos los hombres y Nina iba pasando con cada uno de nosotros, diciéndonos "papacito rico" y sabroseándonos con sus manos el cuello, la espalda y bajaba las manos hacia donde la espalda pierde su casto nombre, apretaba un poco la parte superior de cada glúteo y se seguía con el siguiente. Todos pasamos por eso, incluso mi papá. Después del ritual de bienvenida, nos sentábamos a platicar con ella y nos contaba de las épocas en las que sus galanes la perseguían y las contaba con tanta alegría que uno podía verla de joven, persiguiendo y acosando a los hombres y a sus amantes. Hace poco, la Tía Nina falleció de cáncer de pulmón y quise escribir esta pequeña historia, producto del conjunto de mis recuerdos, los de mis primos, y los de mi mamá, para honrar su recuerdo y decirle que, dondequiera que esté, sigue estando presente en mis recuerdos, en mi corazón y en mi vida en general. Y dondequiera que esté yo, seguiré siendo su papacito rico incondicional.

REQUIESCAT IN PACE

jueves, diciembre 21, 2006

Stand back, Buenos Aires

Stand back, Buenos Aires
Because you oughta know whatcha gonna get in me
Just a little touch of star quality
-Evita (Andrew Lloyd Webber & Tim Rice)

El día de hoy, realizaré un viaje a Argentina con los mejores amigos que la prepa me pudo dejar. Iremos Burgos, Pablo, Keil, Cosme y yo. Espero poder encontrar un tiempo por allá para escribir de nuestras aventuras y desventuras. Si no, llevaré, como lo hago en todos mis viajes, un cuaderno y una pluma para anotar los eventos y acontecimientos principales y los redactaré de regreso, por ahí del 30 de diciembre. Por lo pronto, a todo aquél que siga leyendo este blog, le deseo una feliz Navidad y un excelente 2007. Esperando que se cumplan todos sus deseos y que pasen estas fechas muy felices y contentos en compañía de sus seres queridos, me despido.

domingo, diciembre 03, 2006

There and Back Again...

Han sido ya varios meses en los que no publico nada en mi blog. No es por descuido, ni por olvido. Es por un exceso de trabajo que he tenido. Francamente, mi cuerpo ya no da más. Afortunadamente, mis exámenes/trabajos/martirio se acaban, para bien o para mal, el próximo miércoles. Estoy en un estado algo extraño, en un letargo de ánimo, de fuerzas y de voluntad poco usual. Espero recuperarme esta semana y publicar mucho de lo que ha estado pasando en mi vida. No es que sea de gran interés ni gran importancia. Simplemente, es un pequeño intento de dejar testimonio de que existo. Gracias

lunes, octubre 30, 2006

Ocurrencias de los alumnos. Parte IV

Respuesta de un alumno ocurrente en un examen bimestral (el mismo alumno que respondió ENGLISH y SPANISH en la otra anécdota)

Pregunta: Explica el concepto de buffer

Respuesta: Existen 3 tipos de bocinas.

Las bocinas normales: que traen cualquier estéreo y que emiten sonidos de todo tipo.
Tweeters: que emiten sonidos muy agudos
Buffers: que emiten sonidos muy graves

Venía acompañado de un dibujito de una mano alzando el pulgar

La siguiente ocurrencia de mis alumnos me sacó mucho de onda, porque estaba platicando con una alumna a través del Messenger y estábamos vacilando de si me corrían por mis experimentos sociales extraños que de repente hago, para lo que ella respondió:

ALUMNA: No eres mal maestro... pero si te digo lo que pienso va a sonar a que te hago la barba. Entonces, mejor no digo nada

RUY: ¿Qué piensas? I'd love to know. Hay muchos alumnos barberos en tu generación, pero no te considero uno de ellos.

ALUMNA: Considero que eres uno de los mejores maestros que tenemos, no necesariamente por tu materia, pero sí porque lo unico que te interesa es que aprendamos, porque no te aferras a que todos nos adaptemos a tu forma de enseñar, sino que buscas tú adaptarte para que nosotros entendamos y nos guste lo que aprendemos. De hecho el fin de semana pasado, en la carretera rumbo a Ticuman eso estabamos platicando Alonso, Viviana, Marco, Barra y yo. Eres muy buen maestro la verdad.

De no ser por la primera frase que dijo, pensaría que está tratando de adularme. La verdad es que no sé qué pensar. En verdad espero ser buen maestro y me gusta saber que al menos alguien lo aprecia.

jueves, septiembre 28, 2006

Ocurrencias de los alumnos. Parte III

Un correo con la tarea que dejé resuelta el mismo día que la dejé:

Hola,
Ya hice las tareas. Según yo, están bien; pero no sé si las revisé con
todos los casos posibles. Ya sé que vas a pensar que soy un matado,
jaja pero la verdad, las tareas de Computación son las únicas que he
hecho el mismo día que me las dejan en toda mi vida. La verdad me
entretienen jaja.
Bueno, después de toda la explicación de porqué no soy matado, me despido.
Que estés bien

martes, septiembre 26, 2006

Ocurrencias de los alumnos. Parte II

"Nadie hace el ridículo de a gratis" -Alumno intentando obtener unas décimos en su calificción después de una actividad que involucraba malabares a la mitad del salón

"Rodrigo desgraciadamente me dedico a los malabares por las tardes no voy a poder ir" -Ese mismo alumno respondiendo a mi correo electrónico para invitarlos a una actividad extra-académica.

domingo, septiembre 24, 2006

Bésame mucho...

Bésame, bésame mucho,
como si fuera esta la noche
la última vez.
Bésame, bésame mucho
que tengo miedo a perderte,
perderte después

-Consuelo Velázquez (Bésame Mucho)

Mi mirada estaba fija en el semáforo, los músculos de mis brazos articulaban un movimiento conocido sobre el volante y mi pierna derecha se preparaba para ejercer una leve presión en el acelerador para avanzar. El semáforo me miraba sin mucho interés, sabiendo que estaba siendo contemplado por una decena de automovilistas ávidos de arrancar. Decidió que era hora de cambiar a verde y, sin decir más, lo hizo para que yo pudiera dar vuelta a la derecha en esa calle que conocía tan bien.

Era una escena que yo, en lo personal, conocía muy bien. ¿Cuántas veces no había yo dado vuelta ahí? Lo que proseguía era subir por esa cuesta y buscar un lugar de estacionamiento. Mi automóvil, como muchos sabrán, se llama Licenciado Virgilio Fontanarrosa. Licenciado, por las placas. Virgilio, pues cuando me lo dieron, leía yo La divina comedia, donde Virgilio es encargado de Guiar a Dante por el Infierno y gran parte del Purgatorio y me pareció una excelente analogía para las calles de México. Fontanarrosa, pues también en esos años estudiaba Historia de México, con una de mis maestras favoritas de todos los tiempos: Lola. Era una señora maravillosa, con un estilo de hablar, de vestirse y de caminar que sorprendería a cualquier hombre. Las personas que tuvieron el ocio de fijarse, decían que, en todo el año, nunca usó la misma ropa. Ya estaba entrada en años, pero su acento español, su sonrisita traviesa cada vez que intentaba decir algo importante, o el énfases que hacía en sus temas favoritos la convirtieron en una leyenda de esta escuela. Era una leyenda no sólo por eso. Sus exámenes retumbaban en la mente de los alumnos por mucho tiempo y eran temidos desde el ingreso al bachillerato. Sus exámenes eran una sola palabra. Podía haber dado una clase entera de esa palabra o simplemente podía haberla mencionado en alguna ocasión. El objetivo era escribr todo lo que se pudiera en torno a esa palabra. Mi primer examen con ella, la palabra que eligió fue Fontanarrosa. Como habíamos estado estudiando Descubrimiento de América, pues se me hizo fácil pensar que estaba refiriéndose a algún puerto marítimo. Entonces, ahí tienen al adolescente de Ruy escribiendo sobre la Ruta de la Seda, la Ruta de las Especias, la vida marítima y el comercio. Cuando acabó el examen, todos muy preocupados por el acontecimiento, revisamos nuestros apuntes para buscar algún indicio de esa palabra. Sólo una persona lo tenía y se encontraba escrito al margen como un dato curioso. Fontanarrosa, decía, segundo apellido de Cristóbal Colón. Llegué muy triste ese día a mi casa, y le conté a mi madre que nos habían preguntado esa palabra, a lo cual ella respondió:

-Pero si es el segundo apellido de Cristóbal Colón... ¿no sabías?

Y eso me hizo sentir aún peor, aunque siempre me ha impresionado de la capacidad de memoria de mi madre. Es realmente prodigiosa. Siempre he pensado que tuvo una muy buena infancia y por eso es capaz de recordar todo lo que vio en la escuela en aquellos tiempos.

Regresando a la historia central, dejé mi automóvil junto al teléfono público, tal cual como lo habría hecho en mis días de estudiante. No era el mejor lugar, pues hay que caminar bstante para llegar a la puerta de la escuela, pero me hace recordar mis tiempos de preparatoriano. Bajé por la calle, crucé cautelosamente por los pasos peatonales y llegué a la puerta de la escuela. Toqué repetidas veces, hasta que un policía me abrió. Era uno de los polis de toda la vida. Ese hombre me vio crecer desde mis tiempos del kinder.

-Buenos días, profesor. Pase adelante

Lo saludé de buena gana y le comenté lo feliz que me hacía verlo por ahí después de tantos años de conocernos. Era él el que me ayudaba a bajar con mis cosas cuando llegaba tarde y quien me abría la puerta cuando me llevaba mi papá.

-A mí también me da mucho gusto verte de vuelta.

Por un momento, pensé que estaba tratando de ser amable, pues, después de tantos años y de tantas personas que ver todos los días, era muy improbable que en verdad me recordara... hasta que siguió diciendo:

-Recuerdo cuando los acompañaba a las excursiones. Cuando fuimos a ver a las mariposas monarca, llevabas una gorra azul y una cámara. Por ahí debes tener fotos mías de ese viaje.

Pues sí... yo usaba una gorra de ese estilo y siempre llevaba la cámara de mi papá. Si hay algo en la vida que signifique mucho pará mí es que la gente me recuerde. Siempre he pensado que después de mi muerte, me gustaría estar en el consciente de las personas que me conocieron por algún tiempo antes de ser totalmente olvidado, así que ese simple comentario me llenó de vida. Prometí buscar esas fotos y darle una copia.

Entré y me dirigí al laboratorio de Computación. Introduje mi memoria en el puerto USB del servidor y subí un archivo con el que íbamos a estar trabajando. Me metí a la computadora de uno de los alumnos para ver que no tuvieran problema para accederlo y sí, efectivamente, no tenían problemas para ver mi archivo. La cuestión era que tampoco tenían problema para ver las computadoras de las secretarias, de la administración, de seguridad y del director... Entré en pánico, lo admito, pues en esas máquinas se guardan los exámenes de los profesores, las calificaciones de los alumnos y demás documentos importantes que no deben ser dejados al alcance de los alumnos. Fue entonces cuando corrí como niña a la oficina del director y le informé de la situación. Al enterarse del peligro de su información, fue él el que corrió como niña a hablar con los encargados del sistema de la escuela. Yo, por mi parte, me fui a dar mi clase, pues sonó la campana y tenía una respnsabilidad que cubrir.

Estaba dando mi clase cuando, cual operativo SWAT, entró el director con los encargados del sistema y el administrador de la escuela. Les pidieron a los alumnos que se bajaran un momento y me pidieron que les explicara lo que había visto. No tardé mucho en mostrarles y explicarles el riesgo. Por lo tanto, el director declaró un estado de hora libre con respecto a mi clase y puso a los técnicos a arreglar ese asunto. Yo, por mi parte, decidí tomarme la hora libre con los alumnos y nos fuimos a La pajarera (una terraza con mesitas y maquinitas de comida) a platicar.

Así perdí mi primera clase con los alumnos. Una semana después, hubo un simulacro justo a la hora de mi clase y entendí la desesperación que profesaban los profesores cada vez que sucedía algo así. A la siguiente semana, tuve una excursión escolar en mi universidad y tampoco pude dar clase. Estoy convencido de que el destino se burla de lo mucho que me esfuerzo para preparar una buena clase...

El sábado pasado, me habló uno de mis mejores amigos para invitarme al teatro. La obra Bésame Mucho finaliza su temporada en la Ciudad de México y mi amigo consideró una oportunidad prudente para ir a verla. Evidentemente, le habló a la persona indicada, pues, a pesar de que ya la había visto hace aproximadamente un mes, yo simplemente no puedo negarme a los musicales, así que accedí. Me encontraba hablando por teléfono con él cuando mi madre llegó corriendo haciéndome señas de que no colgara. Había estado escuchando nuestra conversación y también consideró prudente invitarse a la ocasión. Mis comentarios de la obra la última vez que había ido fueron excelentes y la verdad es que siempre pensé que mis papás podrían disfrutar mucho de esa obra. Mi papá, que nos miraba de soslayo desde el estudio, se incorporó de su silla y vino a presentar su atenta petición de ser incluido en el plan. Pues sólo faltaba mi hermano, a quien tuve el honor de despertar y me informó que también quería ir. Mi amigo invitó a su mamá y decidimos hablarle a otro amigo en común para que nos acompañara. Una vez establecido el grupo, compramos los boletos y esperamos a que llegara el domingo. Mi papá tuvo la amabilidad de ofrecer la camioneta para llevarnos a todos y fue un trayecto corto, pero bastante agradable. Mi mamá entablaba una conversación de política con la mamá de mi amigo, mi hermano escuchaba música y nosotros, en la parte posterior de la camioneta, hablábamos de las tonterías que uno suele decir en compañía de gente de confianza.

Llegamos al teatro temprano. Mi papá se estacionó milimétricamente en uno de los cajones del piso de arriba y nos dispusimos a entrar a las instalaciones de los teatros Telmex. El escenario estaba ambientado en Reforma, una de las avenidas principales de la Ciudad de México. A pesar de los constantes esfuerzos de los mexicanos por estropearla, yo sigo pensando de que es una de las más bellas avenidas de esta ciudad. Se veía a lo lejos la silueta del Ángel de la Independencia, monumento característico de México, junto con palmeras propias de la avenida. (nota cultural: Nuestro Ángel de la Independencia no es propiamente un ángel, sino una Victoria alada, como la Victoria alada de Samotracia). Se desdibujaban varias siluetas de edificios con luces proyectadas sobre ellos dando la impresión de ser ventanas con interiores iluminados. Dos semáforos intermitentes delineaban la parte superior del escenario. El frente, y metidas en el escenario, se encontraban dos secciones de mesas para espectadores capaces de pagar precios exhorbitantes. En varias ocasiones, los actores se acercaban a estas secciones y convivían un poco con los espectadores. El problema de esos lugares era, principalmente, que había escenas que se desarrollaban tanto adelante como atrás de ellos, entonces no tenían una visión completa de lo que sucedía en la obra.

Mi papá estaba francamente emocionado. Yo veía de soslayo su sonrisita y podía ver en sus ojos una emoción por estar escuchando los boleros que seguramente mi abuelo escuchaba a cada rato. Especialmente, lo vi sonreír cuando se simuló en el escenario a la estación de radio XEW, con una orquesta en vivo y espectadores censuradores de la música de aquellos años. Hablando de la orquesta, nunca había visto una obra en la que la orquesta fuera movible. Estaba puesta en una estructura blanca, pero se iba moviendo a los lados, rotaba y se adaptaba a lo que estaba sucediendo en escena. Fue un buen detalle.

Mi mamá estaba también fascinada con la obra. Ella se fijaba más en la escenografía, en el vestuario y en los colores. Y es que en verdad estaba muy bien hecha. Había cambios de escenario en los que podíamos pasar de un puerto en Cuba durante una noche de luna llena a un club nocturno en la Ciudad de México. Es una historia de amor imposible, como cualquier otra, pero la simbología y los motivos recurrentes llenaban de vida a la puesta en escena. La protagonista era, sin duda, la luna ya que, igual que Julieta en la obra de Shakespeare, ésta cambiaba cíclicamente, anímicamente y vivía alrededor de un ser a quien nunca iba a poder alcanzar. Es una historia, principalmente, de generaciones, de herencia y de una cultura mexicana a la que jamás había tenido la oportuinidad de entrar. El protagonista es un director de orquesta, un trovador y, como muchos otros lo somos, un enamorado sin remedio. Vi vimos en una cultura en la que los valores que alguna vez profesron nuestros padres no se han perdido por completo, pero han disminuido considerablemente. Y es parte de lo que trata de mostrar esta obra. Desde el proceso de ligue hasta la manera de hablar con la pareja han cambiado. No digo que esté mal. Simplemente digo que había algo mágico en aquella manera en que se vivía en el pasado. Tal vez una de las mejores sorpresas que me brindó ese musical fue ver a mis papás juntos y sonrientes, recordando el pasado. Tal vez recordaban su noviazgo o amores anteriores, no lo sé. Pero tenían una cara de alegría y felicidad que no se la acababan.

En mi caso, lo que siempre me ha impresionado de los musicales, son las voces, las canciones y las coreografías. No me puedo quejar de las voces. Es gente muy capaz y muy bien entrenada. Las canciones son sacadas de un pasado que tal vez no conozca muy bien, pero tienen un encanto especial, como las sonrisas de mis papás. Finalmente, en cuanto a las coreografías, había de dos tipos: unas de la parte inicial de la obra que eran malas como los comerciales de las campañas políticas. Hubo también una coreografía con computadoras que me molestó de sobremanera. Aún así, el resto de los bailables fue espectacular. Me encanta ver los vestidos largos moviéndose al unísono con la música, los brazos extendidos, como queriendo significar algo importante, mujeres alzadas en poses eróticas, saltos acrobáticos a lo largo del escenario y los bailables festivos, ridículos y atrevidos que debe tener cualquier musical.

No sé la razón, pero siempre me ha gustado ver la reacción del público mientras presencia una obra de teatro. En la primera fila, había una nena de unos cinco años que, evidentemente, estaba aburrida. Hubo un momento en que todo el elenco de la obra pasó frente a ella y decidió tocarlos a todos, así que, en lo que pasaban los actores, ella extendía cuidadosamente la mano, apretaba firmemente sus disfraces y los jalaba ligeramente, como haciendo constatar el hecho de que ella estaba ahí, enfrente, y que, a pesar de no estar actuando, cantando y bailando, merecía cierta atención. Así transcurrió el resto de la noche y siento que fue una buena experiencia. Los comentarios que escuché al finalizar la función fueron todos muy buenos y siento que eso es positivo, pues mi afición por los musicales suele sesgar un poco los juicios que emito al respecto. Si alguien tiene aún la oportunidad de verla, la recomiendo bastante.

Una disculpa a mis lectores habituales, pues sé que en esta ocasión, me extendí un poco más de lo acostumbrado, pero eran cosas que debía decir. Si han llegado a estas líneas, se los agradezco bastante.

sábado, septiembre 23, 2006

Ocurrencias de los alumnos. Parte I

Gracias a la sugerencia del Inge, he decidido abrir esta nueva sección en mi blog. La verdad es que los alumnos son personas sumamente ocurrentes y vale la pena recordar algunos de sus desplantes de adolescencia.

En un examen:
Pregunta: Menciona dos scripting languages
Respuesta: ENGLISH y SPANISH

Por Messenger:
Alumno: oye prof a ver cuando nos echamos unas chelas no?
Ruy: Cuando te gradúes... O cuando me corran... lo que ocurra primero
Creo que me han perdido todo el respeto... jajaja

lunes, agosto 21, 2006

The trouble with school is...

The trouble with school is
They always try to teach the wrong lesson
Believe me, I've been kicked out
Of enough of them to know
They want you to become less callow
Less shallow

-Wicked

Mi blog ha sido arrumbado y olvidado cual libro de secundaria. No ha sido a propósito, puedo asegurárselos. Cuando ocurre algo interesante en mi vida, no puedo evitar pensar en cómo relatarlo en este pequeño espacio de Internet. Si bien es cierto que mi vida es bastante aburrida y suele tener episodios molestos, creo que de repente suceden acontecimientos dignos de ser leídos. Tal vez la explicación a este abandono tan terrible que ha tenido mi blog se deba a que en estos últimos meses me han ocurrido varias cosas que no quiero recordar, así que, por el bien de mi psique, intentaré mandarlos al inconsciente, esperando que no salgan de ahí pronto y me dejen dormir en paz.

Aún así, estoy en una etapa de mi vida en la que, después de casi un año, me siento bien. Y es que me han ofrecido dos contratos en menos de dos meses y he descubierto que me gusta la vida laboral. Como es de suponerse, eso de contar con dinero para caprichos y demás vicios y saber que es dinero ganado por la sangre, sudor y lágrimas propios, es algo que, en verdad, no tiene precio. Pero fuera de eso, estuve trabajando en dos lugares totalmente distintos. El primero, una empresa estadounidense, muy grande, en la que tuve trabajo de oficina. Espero que en publicaciones posteriores, pueda relatarles un poco de esa experiencia. Mi segundo y actual trabajo, es de maestro de preparatoria en el bachillerato que me formó y del que he sacado todas mis manías y neurosis. Prometo hablar de todo esto en su momento.

Pues bien, dejo esta entrada, como constancia de mi regreso a este espacio y espero no tardar tanto en volver a publicar. A todo aquél que lea estas líneas, muchas gracias.

sábado, octubre 01, 2005

It's the feeling of being alive!

“It's the feeling of being alive!
Filled with evil, but truly alive!
It's the truth that cannot be denied!
It's the feeling of being Edward Hyde!”
-Jekyll & Hyde

“El teatro es un juego en el que hay que engañar
a quienes saben que están siendo engañados”- José María Rodero

El teatro, como sabrán, es de mis aficiones predilectas; pero regresando en el tiempo a mi primera obra de teatro, encuentro difícil entender la razón, pues mi primera experiencia teatral fue algo desastrosa. Era yo muy pequeño cuando mis padres decidieron que era hora de que conociera el teatro. Apenas tenía la edad suficiente como para permanecer sentado sin hacer algún tipo de destrozo por un par de horas. No recuerdo mucho de esa vez, pero sé que en aquellos tiempos no había un Ticketmaster que nos cobrara comisiones absurdas por vendernos boletos y OCESA no dominaba el entretenimiento escénico de calidad en México. Me es difícil decirles qué día de la semana era, pues cuando uno es pequeño, todos los días parecen semejantes. Recuerdo a mi padre presente, por lo que puedo concluir que era un sábado o domingo. Como no recuerdo a la tía que nos acompañaba los domingos, puedo inferir que era un sábado. por la mañana. Recuerdo, también, que mi hermano no estaba presente, por lo que puedo afirmar que yo tenía menos de cuatro años. Elemental, mis queridos lectores (suponiendo que en verdad haya más de una persona interesada en leer esta anécdota). Fuera de esos datos, no puedo ubicar bien el tiempo de mi primera obra de teatro. Aún así, recuerdo ciertos detalles, como mi madre emocionada, esforzándose por que nos viéramos bien, o mi padre guardando los boletos en la bolsa interna de su chamarra, como lo hace con las cosas importantes. La obra seleccionada había sido Blancanieves y los siete enanos y se representaba en el Teatro de los Insurgentes, que queda relativamente cerca de donde vivo. Una vez en el vestíbulo del teatro, decidimos pasar un rato en la dulcería comprando gomitas (el dulce preferido de la familia) y pronto pudimos acceder a nuestros asientos. Un detalle importante que cabe mencionar es que nos tocó los últimos asientos de la fila, es decir, los que estaban justo al lado del pasillo principal que dividía al teatro en dos conjuntos de asientos. Tal vez lo que más me llamó la atención en aquella ocasión fue el telón que cubría todo el escenario. Yo moría de ganas por saber qué había del otro lado y esa tela tan misteriosa, que caía heterogéneamente, apenas rozando el piso del escenario, me impedía ver. Desde entonces, desarrollé un gusto especial por los telones. Ahí radica la razón por la cual sigo siendo fiel a los Cinemex, a pesar de las fallas en su organización y presentación. Imaginen al pequeño, sentado en una butaca, con las piernas colgando, meciéndose con el asiento que se levantaba solito y buscando cualquier pista que pudiera sugerir lo que había detrás del telón. Algo que no entendí en aquella ocasión (y que sigo sin entender) fue la función de las llamadas. Si el boleto dice que empieza a tal hora, ¿cuál es el punto de una voz que esté recordando que la obra va a empezar tarde? Cuando fui a ver al Fantasma a Londres y durante mi infructuosa visita a Broadway, no hubo ningún tipo de llamadas. En Estados Unidos, empezaron a atenuar las luces y todo el público pasó a tomar sus asientos. En Londres, simplemente empezaron la obra en el momento indicado. Pasada la tercera llamada y una vez empezada la obra, no hubo gran problema. Había una hermosa escenografía y las canciones eran adecuadas para un pequeñín como yo. El inicio transcurrió sin incidentes. El problema llegó cuando el cazador apareció por detrás del público gritando quién sabe qué cosas, acercándose a toda velocidad hacia el escenario, amenazando a Blancanieves con un cuchillo. Ante la estruendosa aparición del cazador, el pequeño Ruy, antes de averiguar el origen del alboroto, decidió correr por su vida. Se bajó del asiento y, con lágrimas en los ojos, corrió por el pasillo, en dirección opuesta que el cazador y hacia el vestíbulo principal. Apenas pudo escuchar la risa que había provocado en el resto del auditorio, se volvió y miró a su padre, rojo como la manzana de Blancanieves, incorporándose de su asiento, corriendo a ver qué había sucedido con el pequeño Ruy. Sé que el actor que interpretó al cazador y la actriz que interpretó a Blancanieves en esa ocasión recordarán por el resto de sus días al niño que corrió por su vida, ante la amenaza de un personaje ficticio.
A pesar de esa mala experiencia, el pequeño Ruy creció admirando el teatro e, incluso, participó en la obra escolar de su preparatoria. Su principal afición fueron las obras musicales y parece ser que así seguirá siendo por mucho tiempo.
El domingo pasado, mi hermano me pidió que lo acompañara al teatro, pues su maestra de Ética prometió una cuantiosa bonificación a quien presentara el boleto de la obra con su respectivo reporte. Gustoso, accedí, a pesar del trabajo que tenía pendiente para el lunes. Mi hermano compró los boletos y, al verlos, el título llamó mi atención. Sobre el holograma de Ticketmaster, el título decía

YO ES OTRO SINCERAMENTE
HENRY JEKYLL.

De todo eso, sólo el nombre de Henry Jekyll cobró sentido en mi mente, siendo éste un gran personaje de Robert Louis Stevenson, hasta cierto punto parecido al Fantasma. A partir de ese libro, empecé a interesarme con las personalidades múltiples (y creo que ha sido lo único que me ha llamado la atención de la Psicología). Entré a Internet y a través del viejo amigo, Google, busqué el título, para encontrarme que ciertas faltas de puntuación aclaraban el título, que, originalmente, se leía:

YO ES OTRO
(SINCERAMENTE, HENRY JEKYLL)

Todo cobraba sentido, pues las palabras de Rimbaud (“yo es otro”) se aplicaban a la perfección al personaje de Stevenson. Se trata de una obra establecida en la época victoriana (una de mis favoritas) y que trata acerca de la doble personalidad del Dr. Jekyll y de cómo los crímenes de Edward Hyde empiezan a confundirse con los de otro personaje inolvidable: Jack el Destripador. Me maravilló la trama de la obra y, como suele sucederme en este tipo de casos, me impacienté demasiado rápido por verla.
Llegamos al teatro después de una breve perdida alrededor de Campo Marte y el Auditorio Nacional. Estacionamos el automóvil y buscamos el teatro El Granero. Una indicación bastó para que lo encontráramos. En lo que esperamos a que abrieran, compramos gomitas como lo habíamos hecho tanto tiempo atrás en Blancanieves. Había una pareja de la tercera edad, esperando con nosotros y leyendo los afiches que sobresalían a través de los vidrios que daban a la entrada. Finalmente, a escasos quince minutos de lo establecido en el boleto como inicio de la función, nos dejaron entrar y nos pidieron que pacientemente esperáramos en el vestíbulo hasta que dieran la primera llamada. Eso sólo podía significar una cosa: la función empezaría tarde. Había butacas rodeando el teatro y mi hermano y yo decidimos tomar asiento. Tomamos un tríptico con información acerca de la obra y, mirando el reloj cada minuto, nos dispusimos a esperar. La impaciencia volvió a ganar sobre mi templanza y decidí incorporarme y leer las placas de las obras que habían estado en ese teatro. La mayoría, eran obras que habían pasado al anonimato. Sólo reconocí la obra de Samuel Becket (sí, como el de Quantum Leap) titulada Esperando a Godot, obra que había leído en la preparatoria para la clase de Ética.
En eso, anunciaron la primera llamada y toda la gente que había estado esperando con nosotros, entró al auditorio. Una vez adentro, nos dimos cuenta de porqué lo habían nombrado El Granero. Era un cuarto cuadrado, con paredes de madera. Había butacas en tres de los cuatro lados y el último lado alojaba la escenografía. Una manta pintada con varias manchas de colores obscuros colgaba al centro, dos puertas a los lados, dos plataformas –una representando un laboratorio y otra una habitación- y al centro, cuatro sillas y una mesita. Mi hermano se había emocionado bastante por el hecho de que había conseguido asientos en la cuarta fila. Posiblemente, lo que nunca se imaginó fue que sólo había cuatro filas en un teatro tan pequeño. Aparte, nos tocó estar contra una pared que hacía un ruido horrible a cada movimiento, por más pequeño que fuese. Tuve tiempo suficiente para burlarme lo suficiente de él. Para mi desgracia, no había telón pero es algo con lo que he aprendido a vivir en mis visitas al teatro. Estuvimos un rato, esperando las llamadas, cuando unos personajes de lo más singulares entraron y se sentaron a unos cuantos metros de donde estábamos. El primer personaje era una adolescente de unos dieciocho años, vestida con una chamarra roja, con un exceso de maquillaje rojo y el cabello estaba dividido en tres secciones: la parte más alta era roja, una franja amarilla cruzaba su cabeza justo arriba de sus orejas y el resto de su cabello era castaño obscuro. Era una persona que, definitivamente, no pasaría desapercibida bajo ninguna circunstancia. Aún así, junto a su acompañante, ella pudo haber sido cualquier persona. Se trataba de un hombre de si acaso unos 18 años, vestido de mujer. Al igual que ella, venía vestido de rojo, con un saco como los que antes compraba mi mamá, con una falda de color rojo Moulin-Rouge, medias rojas, el cabello esponjado, llevaba una bolsa y se comportaba como si quisiera hacer que las mujeres presentes se sintieran poco femeninas.
Pronto, se dio la tercera llamada y apareció el actor que representaba al Dr. Jekyll. Empezó con un monólogo digno del teatro de Lope de Vega. La obra fue cansada, sobre todo porque estaba escrita de una manera antigua y anticuada. El reparto estaba mal seleccionado, pues un afamado doctor londinense era un moreno, chaparrito y con una nariz digna y orgullosamente mexicana. Aparte, estoy seguro que ese actor es el responsable de doblar a los narradores en las caricaturas de Disney, pues su voz inconfundible me traía recuerdos de mi infancia y del periodo en mi vida en la que veía televisión. El primer acto pasó sin consecuencias graves. Había suficiente movimiento en el escenario como para mantenernos entretenidos. Lo mejor era la actuación del mayordomo, quien interpretaba un papel doble. Por un lado, era el mayordomo del doctor que habla como narrador de Disney, y por otra parte, era el mayordomo del Dr. Jekyll. Físicamente, cambiaba poco: sólo se ponía y quitaba unos lentes y un chaleco y cambiaba su tono de voz y su actuación; pero la primera vez que apareció con el otro papel, tardé en darme cuenta de que se trataba del mismo actor. En un personaje, interpretaba a un mayordomo metiche y pendiente de las bebidas de los invitados de su amo; en el otro, era un mayordomo distraído, pero fiel al Dr. Jekyll. Fue algo que disfruté bastante. Llegó el intermedio y decidimos salir a estirar las piernas, pues los asientos eran algo incómodos y mi cóccix necesitaba un descanso. Bajamos al vestíbulo y me percaté de que había otro pasillo repleto de placas de obras anteriores. Iba yo muy divertido observando algunos de los títulos de las obras, cuando vi un papel aterrizando cerca de mí. Era un boleto de la obra e inmediatamente después, el travestido se inclinó a recogerlo. No salté por respeto a esa persona, pero mi corazón (ya dañado por tanta cafeína) dio un salto súbito al verlo de nuevo. Ya había yo olvidado su presencia. Él pareció no notar mi presencia. Caminó hacia el baño y surgió un momento decisivo que yo tenía curiosidad por ver: ¿A cuál baño entraría? ¿Al de hombres o al de mujeres? Efectivamente… entró al de mujeres. El portero del teatro notó las caras de extrañeza que pusimos mi hermano y yo y nos dijo que de repente llegaban especimenes así.
Pasados unos minutos, volvimos a nuestros asientos y continuó la obra. Había de repente, proyecciones sobre la manta que colgaba al centro del escenario y siento que la iluminación y la música fueron muy bien seleccionados. Seguían los monólogos cansados, pero ahora habían cobrado un matiz más interesante: los juegos de palabras. Eso me agradó bastante y me pareció adecuado en una obra que trata sobre la sutil línea entre el bien y el mal. Aparecieron escenas desconcertantes, como la de Edward Hyde intentando violar a una prostituta (esto sucedió en la plataforma izquierda, donde había una cama y nosotros, estando en la fila más alta, de ese mismo lado, obtuvimos una excelente vista al voluminoso trasero de esa actriz). El final fue como debió haber sido y siempre me ha motivado mucho el aplaudirles a los actores al final. Es un momento que siempre espero con ansias y sé que los actores también.

jueves, septiembre 01, 2005

A collector's piece, indeed...

Desde hace tiempo, me me ha llamado mucho la atención esto de los blogs. Me parece muy interesante el hecho de que tanta gente quiera comunicarse y tan pocas personas que estén dispuestas a escuchar. En lo personal, siempre me ha agradado la idea de escribir lo que se me viene a la mente, así que siento que tener un blog podría ser una terapia para mi muy desgastada psique.

Una vez justificado el uso de espacio en un servidor desconocido, tal vez lo que deba hacer a continuación sea presentarme. Soy un estudiante (como tantos otros) que es aficionado a esto de la computación y la informática (como muchos más). Mis pasiones son el cine, la música y los libros. En verdad, cuando se me pasa una semana sin asistir al cine, me siento raro, como si las butacas del Cinemex de la esquina me jalaran irremediablemente. Mis principales gustos dentro de esta disciplina son los géneros musicales. Me parecería encantador poder vivir en un mundo en el que siempre hubiera una música de fondo o que, de la nada, uno pudiera levantarse y bailar y cantar, sin remordimientos ni privaciones. Como tantos cantantes frustrados, soy cantante de regadera y vivo pensando en que mi voz de ganso no es precisamente lo que alguien quisiera escuchar. También soy ávido asistente del teatro musical, pero no asisto tanto como al cine. Mi musical favorito por antonomasia es El Fantasma de la Ópera. También he visto obras muy buenas como Chicago, Cats, El Hombre de la Mancha, La Bella y la Bestia y Los Miserables; pero mi afición al Fantasma es tal que escucho el soundtrack al menos una vez en el transcurso de la semana. Me agrada la música de Andrew Lloyd Webber, aunque creo que sus obras carecen de originalidad... Uno empieza a ver patrones de vez en cuando. Como buen ingeniero, cada día tengo menos tiempo para leer, pero cargo con un libro a todas partes. Siempre aparecen circunstancias de espera en las que conviene sacar un buen lbro y ponerse a leer. Es una herramienta invaluable en la fila del banco o cuando uno espera a que su hermano aparezca después de un largo día de escuela. He desarrollado también la habilidad de leer en el camión que me lleva a la universidad todos los días y así avanzo en novelas. Personalmente, prefiero las novelas policiacas y de fantasía. Tal vez, los mejores libros que haya leído (o, por lo menos, los que más me han gustado) son El Club Dumas, The Lord of the Rings, La Carta Esférica, La Tabla de Flandes, The Hobbit, entre otros. Como verán, soy admirador de J. R. R. Tolkien, y de Arturo Pérez-Reverte.

He visto varios blogs atiborrados de fotografías de sus redactores. La verdad, no pienso horrorizarlos con fotografías mías, ni creo conveniente comprometer a mi familia, mi novia y mis amigos a aparecer en la colección de fotografías de mi blog. ¿Para qué? A mí no me gusta que publiquen mi rostro sin autorización (ya el Reforma lo hizo una vez y la cantidad de bilis que derramé fue considerable) y supongo que a mis seres cercanos, tampoco. Por tal motivo, sólo subiré las fotografías estrictamente necesarias y pediré permiso a todo aquél desafortunado que se haya colado en la imagen.

Pues, simplemente, me queda por decir que, en esta revolución de la comunicación, en la que todo el mundo grita por ser escuchado y no le importa escribir tonteras mientras que exista la posibilidad de que alguien los lea y los admire, agrego mi pequeño blog, esperando ser leído, comentado y recordado...