viernes, diciembre 25, 2009

La fotografía de la semana. Parte VI (Desde el examen bimestral)

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Lo he dicho una y mil veces: la verdadera tortura de ser maestro es tener que calificar. Invariablemente, llega un momento en el curso, en el que es necesario generar un cuestionario evaluable y ponderable que determinará la calificación que aparecerá en las boletas de los alumnos. Para empezar, el tratar de llegar a preguntas inteligentes que hagan a los alumnos pensar, que rete su intelecto y que los haga utilizar todos y cada uno de los conceptos que se vieron en clase, es un reto titánico. Muy difícilmente logro meter ejercicios tan holísticos en mis exámenes, aunque, debo admitir, cuando logro hacerlo, me siento muy bien conmigo mismo y con mi examen. Por otra parte, otro de los grandes retos de los evaluadores, es lograr hacer un examen que dure exactamente los cincuenta minutos de la clase. A veces, eso me estresa más a mí que a los mismos alumnos.

Como nunca logro preparar el examen en tiempo para que la escuela se encargue de sacar las copias y engraparlas, normalmente yo tengo que sufrir el proceso de impresión y engrapado en mi casa durante la noche anterior a la evaluación. Cada vez que me presento en el salón y los chicos empiezan a separar sus bancas, me invade la angustia de si, en verdad imprimí el número adecuado de exámenes y si no me va a faltar alguno. Por tanto, siempre termino con copias extras.

Ya durante el examen, me gusta pasear alrededor del salón, viendo cómo va el progreso de cada alumno. Esto no hace nada mas que ponerme a pensar en las horas que habré de estar en la mesa, corrigiendo errores, interpretando ideas y descifrando caligrafías.

Durante el último examen bimestral que tuvimos, antes de salir de vacaciones, decidí sentarme en una de las bancas traseras para vigilar a los examinados. De ahí, la fotografía de la semana.

Cualquier comentario, es bienvenido.

sábado, diciembre 12, 2009

La fotografía de la semana. Parte V (It’s Beginning to Look a Lot Like Christmas!)

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Debo aceptarlo… Diciembre es uno de mis meses favoritos. No solamente es el mes en el que celebro mi cumpleaños, Navidad y demás fiestas decembrinas, sino que es, tal vez, el mes que mejores recuerdos me trae. Muchos de los viajes que recuerdo con más cariño fueron durante esta época. Hay que reconocer que, si mis papás se esforzaron arduamente por darme una excelente infancia, también es cierto que mis Navidades infantiles fueron innegablemente inmejorables. Las mejores, eran, sin duda, cuando había reuniones en grande, y los adultos armaban todo el teatro de Santa Claus, con un disfraz (que por ahí ha de estar) que era portado por aquél infeliz que tuviera aunque fuera el más mínimo parentesco con el viejo Santa Claus. Se le pegaban las cejas, se le colocaba la barba, en veces, se acomodaba la barriga y salía a repartir regalos a todos los niños que decidían quedarse despiertos buscando ver a esa figura tan mágica.

Poco a poco, mientras fuimos creciendo, esa experiencia navideña fue disminuyendo en intensidad. Sin embargo, siempre sucede algo inesperado en estas fechas, algo mágico que me hace seguir entusiasmándome ante la llegada de este mes.

La fotografía de esta semana, es la decoración que se hizo sobre el patio central de la escuela donde doy clases. En mis tiempos, sólo se ponía el árbol de Navidad justo enfrente de las escaleras que dan a la dirección. También pusieron un muñeco de nieve inflable que me pareció que no iba con el resto de la decoración y, por tanto, decidí no incluirlo en la fotografía.

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