lunes, septiembre 15, 2008

12 Hombres en Pugna

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Durante el último mes, he estado recibiendo incesantes recomendaciones por parte de amigos, conocidos, y colegas, para ver una obra de teatro titulada 12 Hombres en Pugna. Desde que se enteraron en el trabajo de mi obsesión con el teatro, me han llegado mails semanales para recordarme ir a verla antes de que se vaya de gira al interior de la República. En más de una ocasión, he recibido mensajes de Messenger con el único objetivo de hostigarme hasta que decida ir a verla. Incluso, el Inge ha publicado un artículo muy interesante acerca de la versión cinematográfica llamada 12 Angry Men.

Fue así que, tras ver anuncios espectaculares por toda la ciudad (uno precisamente enfrente de mi trabajo), decidí lanzarme al Teatro Helénico y gastar la módica cantidad de $400.00 por boleto con tal de ver qué había detrás de tanta recomendación.

El Teatro Helénico nunca me ha gustado. Parece, ante todo, imprivisado. Es como si hubiera sido una bodega ingeniosamente convertida en un teatro. Eso, sumado al hecho de que la última obra de teatro que vi ahí fue desastrosa y a las múltiples malas experiencias con el valet parking que he tenido, me hicieron pensar dos veces antes de hacerme a la idea de asistir. Para colmo, la tarde en que decidimos asistir tenía todo pronóstico de ser melancólicamente lluviosa.

Llegué grácilmente de la mano de mi novia e hicimos la fila para entrar. Al momento en que tomamos nuestros asientos, dos circunstancias llamaron mi atención: la primera era que el teatro estaba a punto de llenarse y todavía faltaba más de media hora para que iniciara la función. Esto es notable, para empezar, porque el mexicano promedio no tiene la cultura de ir al teatro, y esta obra ya tiene varios meses en cartelera. Por otra parte, el público mexicano que suele asistir al teatro tiende a llegar flagrantemente tarde. La segunda circunstancia notable fue el escenario. Todavía no acabo de entender a ciencia cierta qué fue lo que me gustó tanto del escenario, pero sobresalía por su sencillez y la perfección con la que estaba hecho. Del lado izquierdo, se veía un asiento, acomodado de acuerdo a una perspectiva forzada que seguro incomodaba mucho a los actores, pero que hacía que el público vea un mayor espacio del que en verdad existe. Atrás, se encontraba el baño, y la pared que lo separaba del resto del cuarto estaba finamente recortada, cual vivienda de Los Sims para que el público pudiera ver lo que sucedía en su interior. Ahí, se veía de nuevo una perspectiva forzada labrada con el más meticuloso cuidado. No fue sino hasta que los actores tenían que hacer movimientos torpes para avanzar a través de la estructura, que me di cuenta que el baño era como una décima parte de lo que aparentaba ser. Al centro, había una enorme mesa de madera, rodeada por doce sillas y con cuatro lámparas que caían de lo más alto del escenario. Detrás, se encontraba un ventilador diminuto, un guardarropa, una puerta y la bandera de Estados Unidos. Del lado derecho, se veía una serie de ventanas con una vista urbana estadounidense y, al final del escenario, un dispensador de agua con pequeños recipientes de papel. Sonreí para mis adentros al darme cuenta de estos pequeños detalles y esperé pacientemente a que se dieran las tres llamadas.

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La trama parece ser simple: doce miembros del jurado discuten el veredicto de lo que parece ser un caso bastante claro de homicidio. La obra empieza con una votación preliminar, en la que todos los miembros del jurado votan por “culpable”… todos exepto uno… Es entonces cuando empieza un debate digno de ser analizado en una clase de lógica, de filosofía, y de ética. No hace falta ser genio para saber hacia dónde se irá desenvolviendo la trama, o, por lo menos, presentirlo. Lo importante no es saber cómo termina la obra, sino todos los argumentos lógicos que nos llevan a ese desenlace tan anticipado. Definitivamente, una de las más grandes virtudes de la obra, es el guión, y la adaptación que ha sufrido para satisfacer el criterio mexicano es también muy interesante. Todavía no veo la película original, pero siento que hay muchas cosas que tuvieron que sufrir un cambio considerable para poder incursionar en el inconsciente colectivo mexicano. De cualquier forma, los diálogos brillan por su astucia y su inteligencia. Hay ciertas escenas que se sienten un poco forzadas, pero, indiscutiblemente, cumplen correctamente su objetivo.

En cuanto a los actores, debo decir que hay varios que dejan un poco qué desear. Una de las principales fallas de las habilidades histriónicas de los mexicanos es que es muy difícil hacer que un diálogo aprendido de memoria suene casual, como si se les acabara de ocurrir. Hay pocos actores que logran mantener esa sensación de espontaneidad en el teatro. Sobre todo, es difícil mantener ese ambiente cuando se tiene un reparto sacado de diversas telenovelas de Televisa. Sin embargo, ésta no es una falla que comprometa en gran medida la experiencia teatral, que es, a final de cuentas, lo que estamos buscando los aficionados del teatro.

La dirección respalda al guión con sucinto ingenio. Debo aceptar que el director toma una serie de decisiones muy inteligentes a lo largo de la obra y, en ocasiones, engaña al espectador poco antes de que el guión logre aclarar los eventos. La dirección sutil con respecto a situaciones cotidianas como el calor, la inquietud, los tics nerviosos, los movimientos innecesarios, que tenemos todos los seres humanos, nos transportan poco a poco a la sala donde este jurado tan poco usual debe decidir si enviar a un joven a la silla eléctrica. Sin lugar a dudas, el director se merece un aplauso incondicional.

Los efectos especiales, aunque escasos, son muy efectivos. Sobre todo, el dinamismo gradual de la iluminación, el efecto de lluvia, el reloj que sincriniza a los actores cual director de orquesta, el ventilador que nadie sabe encender y los efectos de audio le dan un realismo muy interesante a la historia que se desenvuelve frente a nuestros ojos.

Por lo que he leído, en la película se usan diferentes efectos cinematográficos para lograr establecer una sensación de claustrofobia: cambian el tipo de lentes usados por las cámaras, empiezan filmando desde arriba y las cámaras van bajando conforme progresa la trama, incluso, tengo entendido que se sometió a los actores a varias sesiones incesantes de ensayos sin descansos para que pudieran proyectar esta desesperación por el encierro. En el teatro, utilizan los recursos como la iluminación, la dirección, y las actuaciones. Aún así, mientras más avanza la obra, más se siente uno incómodo ante la situación tan dinámica que se presenta. La claustrofobia no se siente en términos del escenario, sino en términos de cada uno de los argumentos que se presentan.

Definitivamente, es una obra de teatro debidamente recomendable. Ojalá y tengan tiempo de ir a verla o, de perdida, de revisar la película. Si alguien ya ha visto alguna de las dos, me encantaría escuchar (o leer) su opinión.