domingo, noviembre 30, 2008

El hombre grisáceo

Al finalizar cada mes fiscal, es mi responsabilidad registrar todas las horas que ocupé en atender a cada uno de mis clientes. Con base en ese reporte de utilización, se irá devengando mi trabajo, esfuerzo y dedicación. Por lo tanto, debo ser extremadamente minucioso en el registro de mis horas. Cada minuto cuenta y ésta es la única forma con la cual puedo demostrar que trabajé correctamente a lo largo del mes. De esta forma, cada mes abro una herramienta y empiezo a registrar x minutos para el cliente 1, y minutos para el cliente 2, z minutos para el cliente 3, y así hasta que termino por registrar todas mis actividades. Es una actividad monótona y cansada, pues si la realizo el último día del mes, la herramienta se vuelve muy lenta, pues todos mis colegas, incluso a nivel internacional, están utilizándola al mismo tiempo para registrar sus horas. Al finalizar, cuando reviso el reporte final y veo que cumplí con todas las horas que debí haber trabajado, suelo tener uno de esos sentimientos de orgullo personal debido a mi productividad mensual.

Ayer, mientras finalizaba mi registro de actividades mensuales y al ver el reporte consolidado, me acordé de una novela que leí en la primaria. El título de esta maravillosa novela escrita por Michael Ende es Momo.




Momo: Michael Ende: Books

ISBN: 3522177509
ISBN-13: 9783522177504


Momo es la historia fantástica de una niña que emprende una aventura totalmente atípica para regresar el tiempo a las personas. En su hazaña, Momo es guiada por una tortuga de nombre Cassiopea hacia el recinto del profesor del tiempo, ingeniosamente llamado Secundus Minutus Hora.

A lo largo de la novela, nos encontramos con unos personajes que vale la pena mencionar: los hombres grises. Estos seres monótonos, decolorados, uniformes y apresurados dependen del tiempo de los demás para existir. Primero, se encargan de convencer a las personas de que es necesario que empiecen a ahorrar tiempo; después, el tiempo ahorrado lo transforman en puros y pasan su existencia, literalmente, fumándose el tiempo de los demás.

Momo1

¿Cuántas veces nos quejamos amargamente de que no tenemos tiempo? Vivimos en un mundo en el que, cual hombres grises, necesitamos realizar nuestras actividades de la manera más rápida con la esperanza de abarcar un rango más amplio de tareas. La pregunta esencial, empero, es si el hecho de querer incluir tantas cosas en un tiempo menor no nos estará privando de realizar todas las actividades por las cuales estamos ahorrando tiempo.

Quisiera compartir un pequeño extracto de la novela:

En el espejo había ahora la siguiente suma:
sueño                          441 504 000 segundos
trabajo                        441 504 000 segundos
alimentación                 110 376 000 segundos              
madre                           55 188 000 segundos
periquito                        13 797 000 segundos
compra, etc.                  55 188 000 segundos
amigos, orfeón, etc        165 564 000 segundos
secreto                         27 594 000 segundos
ventana                        13 797 000 segundos
total                         1 324 512 000 segundos

–Esta suma –dijo el hombre gris[…]—, esta suma es, pues, el tiempo que ha perdido hasta ahora, señor Fusi

–[…]ahora vamos a ver qué le ha quedado de sus cuarenta y dos años. Un año son treinta y un millones quinientos treinta y seis mil segundos, como sabe. y eso, multiplicado por cuarenta y dos da mil trescientos veinticuatro millones quinientos doce mil. Escribió esa cifra debajo del tiempo perdido:

  1 324 512 000 segundos
–1 324 512 000 segundos
  0 000 000 000 segundos

[…]–Éste es, pues –pensaba el señor Fusi, anonadado, –el balance de toda mi vida hasta ahora

Éste era el recurso que usaban los hombres grises cada vez que intentaban convencer a alguien de ahorrar tiempo. Extrañamente, así me sentía el viernes, cuantificando cada uno de los minutos que había trabajado el viernes, a cuentagotas. Claro que, a pesar de que así ha sido mi vida durante el último año, no me atrevería a hacer una cuenta de mis horas utilizadas con situaciones personales, como el tiempo que le dedico a mi familia, a mi novia, al cine, etc.

Por otra parte, no estoy diciendo que el sistema de cobranza de la empresa donde trabajo esté mal. Entiendo por qué es así y, a final de cuentas, estamos dando un servicio que debe poderse medir a través de alguna métrica cuantificable. Entiendo que sea así y entiendo que no se haya encontrado una mejor manera de hacerlo. Simplemente, creo que es necesario el hecho de que los empleados de ésta y otras empresas estemos conscientes del vicio por ahorrar tiempo que podemos adquirir con el tiempo y hagamos todo lo posible por evitar caer en manos de los hombres grises.

Momo 2

Recuerdo la primera vez que leí la novela. Definitivamente, estaba yo muy pequeño como para entender la importancia del mensaje de Michael Ende hacia el público infantil. En esa época, nunca en mi vida me había encontrado con una situación de estrés o en la cual el tiempo se convirtiera en un elemento precioso. Me parecía, por demás, inverosímil. Posteriormente, en la secundaria tuve que leerla para alguna materia. Poco a poco, fui descubriendo que el mensaje de la novela va más allá de un entretenimiento meramente infantil. Posiblemente, ahora sea un buen momento para retomarla y leerla con más calma y más detenidamente.

Me pongo a pensar y siento que he ocupado mi tiempo para ahorrar recursos y no tanto en cosas que solía disfrutar mucho hace no tanto tiempo. Siento que he descuidado actividades como ir al cine, al teatro, escribir en mi blog, en mi novela... Incluso, siento que he descuidado varias amistades. Ser un hombre gris tampoco es sencillo, pero sinceramente, creo que la vida nos puede dar muchas más cosas que el simple estrés del trabajo y de la rutina. El tiempo es un tema delicado, desde la perspectiva en que se observe. Creo que “cuidar el tiempo” debe referirse a procurar que el tiempo no sea una de tus preocupaciones de la vida diaria y aprender a disfrutar lo que tenemos.

Cualquier reflexión adicional es bienvenida.

sábado, noviembre 22, 2008

Palabras

 

El pensamiento es una nube que llueve palabras
       Mirta Ruiz.

El día de ayer, tuve una sesión con mi nueva mentora en mi trabajo. Para mi sorpresa, en vez de utilizar una de las salas de juntas de la oficina, decidió invitarme a comer.

-Sé de un lugar que te va a encantar –me dijo.

No me extrañó en absoluto. Mi mentora es una persona que vive adherida a una taza con café y que se la pasa antojando a toda la oficina de lo que planea hacer para comer el fin de semana, o lo que comió el día anterior. Por lo tanto, acepté la invitación gustoso. Bajamos al centro comercial que se encuentra justo al lado de las oficinas donde trabajamos y me condujo a un pequeño restaurant llamado “Un lugar de La Mancha”. En la entrada, se encontraba el logotipo de un Quijote, sosteniendo una clave de sol y abriendo un libro.

mancha

Para mi sorpresa, no sólo se trataba de un restaurant para pasar un rato agradable, sino que también era la entrada a una librería y tienda de regalos para escritores. Además de un surtido bastante interesante de libros, había sellos de lacre, libretas de piel con hojas de papel de algodón, velas, plumas de faisán, tintas perfumadas, papelería fina y demás kits de escritura. Por un momento, recordé los tiempos en los que solía escribirles cartas a mano a mis familiares en Costa Rica, a mis amigos, a mi novia… Poco a poco, la magia de la tinta fresca sobre el papel fue reemplazada por teclados, pantallas y correos electrónicos.

Nos sentamos en una mesa al fondo del establecimiento que, desgraciadamente, helaba cada vez que abrían la puerta hacia la terraza. Fuera de eso, nos la pasamos bastante bien. Pedimos unas ensaladas y platicamos un rato de clientes, de procesos, de mejores prácticas y, por supuesto, de la charla habitual que no puede faltar en ese tipo de ambientes. Al terminar, nos dirigimos irremediablemente hacia los entrepaños de madera y estuvimos varios minutos admirando los libros que producían ese olor a tinta fresca y a pegamento de encuadernación que tanto me gusta. De no ser porque este mes tuve que pagar un sin fin de deudas, habría comprado la mitad de esa tienda (esperemos que la siguiente quincena llegue pronto…). Recordé que Javier Velasco, en una de sus entrevistas, afirmó que para él, el proceso de la escritura debía ser a mano. Afirmaba, con aires de alarde, que cuando él escribía, lo hacía con una pluma fuente sobre hojas de papel blanco y que, al finalizar el día, le gustaba sentir la tinta sobre sus manos para sentir la satisfacción de haber concluido un trabajo artesanal. Decía que le gustaba tachar para ver en vivo la evolución de su creación. En su momento, me pareció una medida algo bestial y primitiva, pues me he acostumbrado a escribir en mi computadora por cuestiones de eficiencia; sin embargo, al estar en esa tienda, uno logra entender la pasión con la que muchos escritores defienden su arte a través de la tinta y el papel.

Posteriormente, tras lamentarme de no haberme comprado ni siquiera un libro para la pila de lecturas que se acumula peligrosamente en mi habitación, me puse a pensar en la maravilla de la literatura. Pensé en que la magia de una buena narrativa, de una anécdota, o incluso de un buen artículo, en parte, radica en el arte de las palabras. A final de cuentas, una palabra no es más que un segmento del discurso. El Diccionario de la Real Academia Española contiene todas las palabras oficiales del español; sin embargo, la verdadera virtud de la escritura consiste en el sentido que se les da a cada una de estas palabras aunado al contexto bajo el cual son escritas o articuladas.

Navegando por Internet, me encontré con una pequeña aplicación llamada Wordle. Esta aplicación te permite agregar un texto y organiza todas tus palabras en una especie de nube en la cual se presentan las palabras que más aparecen en el texto con una fuente más grande. Uno puede configrar colores, fuentes, idiomas, distribución y hasta cantidad de palabras desplegadas. Se me ocurrió, por tanto, copiar todas las publicaciones de mi blog y encontrar cuáles son las doscientas palabras que más utilizo. El resultado se muestra a continuación:

wordle

Revisando un poco el contenido de mi bitácora, podemos ver que la palabra que más uso es “blog”. Probablemente, por la importancia que ha adquirido para mí el estar publicando por este medio. Podemos ver palabras como “podcast”, “teatro”, “trabajo” y “alumnos” también ocupan un lugar especial en mi vocabulario. Hay muchas otras palabras cuya fuente radica en muletillas que a veces uso cuando escribo y, principalmente, a un vademécum personal de vocablos limitado.

Me pareció un experimento que vale la pena realizar. A las personas que tengan la obsesión de escribir cotidianamente en bitácoras como yo, las invito a entrar a este sitio y revisar cuál es la distribución de las palabras que usan en la escritura del día a día. Si gustan compartirlas conmigo, por favor no duden en hacerlo.