jueves, febrero 25, 2010

La fotografía de la semana. Parte XI (Viajando)

El señor y la señora Gómez se decidieron, finalmente, a viajar con su primogénito. Hicieron reservación en el hotel, empacaron cuidadosamente sus maletas, prepararon las provisiones para el viaje, y prepararon al pequeño Ruy para emprender su primera aventura fuera del Distrito Federal. Una vez en el coche, pusieron la música preferida del infante e iban listos para atender cualquier requerimiento que se presentara durante el trayecto, desde agua hasta entretenimiento. Llegaron a su destino final, estacionaron el coche cerca de la entrada del hotel, se registraron, y se dispusieron a mostrarle al joven Ruy el hotel, la alberca, las áreas verdes, el restaurant, la playa y le describieron a detalle cada una de las actividades en las que se podría involucrar en esas vacaciones.

-¿Adónde quieres ir, mi vida? –preguntó mi madre después del recorrido.

-¡Casita! –respondí, sin entender la mirada de incredulidad de mis padres. Mi papá miró a mi madre como diciéndole, “Te toca a ti decirle que vamos a estar aquí por dos semanas…”

En aquellas épocas, mi mundo residía en mi hogar y solía sentirme incómodo si alguien osaba sacarme de mi burbuja. Hoy en día, puedo decir que me gusta mucho viajar.
 
Otro de los beneficios de mi trabajo es que, de vez en cuando, debo viajar a otros estados, a otros países y conocer lugares y personas muy interesantes.

Tal vez, una de las experiencias que más me han llamado la atención cuando viajo, es el servicio de los hoteles. En verdad, si es un buen hotel, uno puede ir, dedicarse a cualquier cosa y olvidarse de la rutina hogareña. Sabemos que, si requerimos algo, alguien se va a encargar de conseguirlo de la mejor manera y que uno se puede concentrar en su objetivo principal, diversión o negocios. ¡Eso es servicio!

Mi último viaje fue a Aguascalientes y les comparto algunas fotografías del hotel donde me quedé.

domingo, febrero 14, 2010

La fotografía de la semana. Parte X (Sorpresas por el Centro de la Ciudad)

Centro

Una de las principales ventajas de mi trabajo, es que tengo que ir viajando por toda la ciudad para visitar a mis clientes. Ventaja, en el sentido de que no estoy siempre en el mismo lugar, y puedo conocer a muchas personas y, en ocasiones, me toca caminar por lugares muy interesantes. Como tengo a uno de mis clientes en el Centro de la Ciudad de México, tengo la oportunidad de caminar por unas de las calles más activas de la capital mexicana. Ahí, me he topado con organilleros molestos, mimos amateurs, estatuas vivientes, arlequines ordenando hamburguesas en Burger King, gatos gourmet, amigos de la secundaria, manifestaciones, y un sinfín de eventos.

El otro día, iba caminando por por la calle de Madero, cruzando Eje Central, cuando me di cuenta de que había listones y resortes que obstruían el paso de esta calle que, desde hace cierto tiempo para acá, se convirtió en una calle peatonal. Más adelante, había una pequeña plataforma formada por cajas de madera y artículos corrientes como vasos, cartones, y envases, con orificios por donde la gente miraba algo. La verdad es que no me acerqué a mirar, pues iba algo tarde para mi reunión, pero sí me detuve un instante para sacar la fotografía de esta semana.

Ese mismo día, un poco más adelante, me encontré a un señor que se parecía notablemente a un maestro de Español y literatura de la secundaria a quien apodábamos “el Che”, por su origen argentino. Se me ocurrió volverme y preguntarle si su nombre coincidía con el de mi profesor. Efectivamente, se trataba de él. Me dio mucho gusto saludarlo, pues hacía tiempo que él había dejado de dar clases en la Escuela. Le platiqué que había sido su alumno hace ya varios años y, por un momento, registró su base de datos de alumnos de antaño y, sin pensarlo dos veces y con los ojos iluminados, me dijo: “Pero si tú fuiste quien me regaló un cassette de Les Luthiers.” Esa pequeña frase hizo que me detuviera un instante a pensar: Hace años que no veo a este hombre, y la última vez que lo vi, era por las épocas en las que aún sufría del acné, no me cerraba la barba y todavía tenía un gran porcentaje de cabello cubriendo mi cabeza. Mi expectativa era que no se acordara de mí, sino que asintiera cortésmente y estrechara mi mano. Desde hace cierto tiempo, me he encontrado con personas que me recuerdan bastante bien, a pesar de los años que han pasado de no verlos. ¿Hay algo en mi físico, mi personalidad, o en mi manera de saludar a la gente que hace que me recuerden a pesar de tanto tiempo? Francamente, no sé si en misma cantidad de años yo pueda reconocer a los alumnos que estoy teniendo ahora.

Intercambiamos algunas palabras acerca de nuestras actividades actuales, de cómo nos trataba la vida, y tuvimos que despedirnos. Poco después llegué justo a tiempo a la junta con mi cliente y, mirando a mis interlocutores, pensé si ellos serían capaces de reconocerme en unos diez años si me encuentran por la calle…

Actualización: Al parecer, esta fotografía pertenece a un proyecto de estudiantes de arquitectura y, para aumentar el grado de coincidencias en el asunto, una ex-alumna mía está involucrada en este proyecto. Les dejo la liga donde pueden encontrar más información al respecto:

http://www.youtube.com/TallerMaxCetto

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martes, febrero 02, 2010

La fotografía de la semana. Parte IX (P.F. Chang’s)

PF Chang's

Existen experiencias que marcan hitos en las vidas de las personas. Puede ser desde algo tan complejo como la culminación y graduación de una carrera profesional, o tan simple como una sonrisa… A veces, incluso, están formadas por una combinación de ambas. En ocasiones, tenemos experiencias inolvidables que, por alguna razón inexplicable, tenemos la necesidad de compartir con alguien más. Eso me pasa a menudo: llegan momentos inolvidables en mi vida y me gustaría que esa persona especial estuviera conmigo para vivirlas juntos. Esa necesidad de compartir es la pequeña llama que se aviva a cada rato en una relación.

Tal fue el caso hace un par de meses cuando viajé a Estados Unidos con motivo de un entrenamiento. Una de las tantas celebraciones que tuvimos, se llevó a cabo en un restaurant chino llamado P.F. Chang’s. No sé si fue el momento, si fue el lugar, o ambos, pero el punto es que quedó grabado en mi memoria como una de esas experiencias inolvidables.

Desde el principio, llamaba mucho la atención la fachada claramente oriental. Por dentro, había una extraña combinación de un diseño chino y de un bistró moderno, con estatuas orientales de guerreros y caballos por todas partes, así como un gran mural que, según el menú, había sido pintado a mano.

La comida estaba pensada para compartir, por lo que tuvimos el gusto de probar un poco de cada plato. La verdad es que todos eran una serie de exquisiteces que sobrepasaban cualquier idea que te hubieses hecho a la hora de leer el menú.

Hace poco, abrió en México una sucursal de este restaurante (Reforma 222) y el fin de semana pasado tuve el gusto de compartir esta experiencia con mi novia. Pasamos una velada increíble, recordándome de aquellos buenos momentos en Estados Unidos con amigos y compañeros de trabajo. Les comparto una fotografía del Chai y del Té de Naranja que pedimos al finalizar nuestros alimentos. Distinto lugar, distintas personas; recuerdos similares, experiencias igualmente inolvidables.

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